Todo este asunto me pone tenso, superincómodo y siento como un pellizco en el estómago. Mi mujer y mi suegra, tan sonrientes. No ocultan su ilusión toqueteando todas las hojas del catálogo mientras eligen los materiales, diseños y acabados finales. Al otro lado de la mesa, el director de la agencia y la experta en decoración les resuelven las dudas amablemente.
Me abstraigo de la reunión: me siento innecesario y confío en su criterio. Seguro que mi próximo hogar destacará por bonito y acogedor. Sí, y a estas alturas el dinero me da igual.
―Ya está, amor ―me dice Mara, se levanta y besa mi calva―. Con esto, todo listo para la operación.
Nos despedimos del personal de la funeraria y vuelvo a recordar las palabras del cirujano: muy pocas probabilidades de salvar la vida, pero hay que intentarlo. La semana que viene me intervienen.