El demiurgo estaba cabreado y miró de reojo al ser omnipotente y omnisciente en la modalidad de sabelotodo egocéntrico.
-Es que no está contento con nada.
-¡No eres más que un vulgar artesano! –respondió el ser omnisciente rojo de ira.
-He construido el universo en cinco minutos... pero he sido discreto.
-¡Para crear universos hay que ser megalómano y exhibicionista... esto que has hecho es un revés a la inflada imagen que tengo de mí mismo!
-Si usted lo dice... –respondió lacónicamente el demiurgo.
-¡Estás hablando con el ente supremo! ¡Crearé de la nada absoluta otro demiurgo!
-Pero si ya lo tengo todo construido... Esto parece la rabieta de una niño malcriado.
-¡Me inventaré la vida, tontolculo, seres que me adoren por siempre jamás! –dijo el ser omnisciente más cabreado que antes.
Y con una simple orden mental el demiurgo desapareció.