- Pues no voy a mandar a tu hermano. La mesa es para ti y vas a la casa vieja tú a por ella.
Yo no estaba temblando pero casi. ¿ No veía mi madre mi cara aterrada ?
En ese momento pensé que no podía culparla. Haber visto a un fantasma no ocurre nunca y lo natural es no creerlo. Pero me abatía totalmente que no me apoyase. Necesitaba su comprensión.
- Ni fantasma de tu padre ni perra de tu madre. Vamos ahora mismo las dos a por tu mesa.
Y se puso en marcha. No podía dejarla sola ante ese peligro y la seguí sabiendo que íbamos directas al peligro.
- Y coge el carrito. ¿ O quieres traerla a pulso ?
Al entrar en nuestra casa vieja, normal que estuviera oscura. Pero la sensación de frío y el pavor que me envolvía no era natural. Como tampoco lo era la voz que se empezó a escuchar.
- Laura, Laura, hija mía...
Mi madre seguía como si no pasara nada y ya estaba subiendo las escaleras.
- Vamos hija, no te quedes ahí parada, ven.
La voz del fantasma de mi padre seguía.
- Laura, Erika...
- ¡ Ay, Manolo ! Plasta de vivo y plasta de muerto. Que ya no estamos casados. No es un divorcio lo que tenemos, es algo más. Soy viuda. ¡ Hasta los cojones me tienes; Manolo !
- Erika, dirás ovarios, que eres mujer.
- Mimimí. Ay Manolo, si tuvieras cuerpo te daba así un sopapo del revés.
Y desde entonces tengo esta mesa en mi habitación.