La altura de la torre ya era tal, que se la consideraba una intrusa en el cielo; las aves se posaban en las cornisas de las plantas más altas, sin atreverse a entrar, recelosas, y las nubes, orgullosas, atravesaban la torre con indiferencia.
A cada planta construida, los límites del cielo se alejaban. La perspectiva de no alcanzar sus propósitos, lejos de desanimar a los humanos, les agitaba, tal como les sucede a los jóvenes caballos con la perspectiva de una inabarcable llanura.
Debido al infundado temor de ser alcanzado, Dios corrompió su propia creación, volviéndolos incapaces de comunicarse entre sí, divididos en grupos, cada uno con su propia lengua, evitando que se coordinaran para continuar su obra. Lo más probable, es que también corrompiera sus propios corazones, su voluntad de entenderse. De no ser así, no sé entiende su incapacidad de resolver la barrera lingüística.