El gabinete de crisis estaba al borde del colapso. La sala bullía de tensión. Las imágenes de la catástrofe se apilaban en la pantalla. En medio de rostros tensos y manos temblorosas, se debatían panoramas catastróficos: disturbios en las calles y las cifras de muertos iban aumentando. Cada escenario era peor que el anterior.
Bajo el resplandor intermitente de las pantallas y el sonido de las sirenas de los televisores, su pecho se oprimía en una agonía silenciosa. Los gráficos y notificaciones delineaban una tragedia inminente, mientras su mente oscilaba entre el pánico general y un impulso inconfesable. La decisión que se avecinaba sellaría no solo el destino de la noche.
Con voz medida, casi imperceptible en medio del estruendo, se anunció:
“Presidente, el texto del tweet ya está listo para revisar.”