La habitación olía a sudor y whisky. Afuera, la lluvia caía con furia contra las ventanas, pero dentro solo se escuchaban sus respiraciones.
-¿Siempre dudas tanto? -susurró ella, acercándose despacio.
Él mantenía el arma firme, apuntándole con decisión
-No voy a caer otra vez, María -murmuró él, endureciendo la mandíbula.
Ella sonrió, ladeando la cabeza. Dio un paso más, rozándole el pecho con los dedos.
Entonces, ¿por qué no disparas? -dijo ella.
El silencio se estiró entre ellos. Luego, María alzó la barbilla y lo besó.
Él cerró los ojos solo un segundo.
El disparo resonó en la habitación.
Cuando abrió los ojos, el arma había cambiado de manos. Y él ya estaba cayendo.
-Te lo dije -susurró María, soplando el humo del cañón. Siempre dudas demasiado.