Dividido

-Levántate. El mundo es tuyo.

-Quédate aquí. No vales para nada.

Se cubre los ojos con las manos, intentando esconderse de sus propios pensamientos.

-Sal. Sé brillante.

-Eres basura.

El espejo le devuelve una mirada rota, partida en dos voluntades.

-Eres un genio.

-Eres un desastre.

Se pone la camisa, pero sus manos se detienen a medio camino. Suspira, la desliza por sus hombros y la deja caer sobre la cama

-Aún puedes llegar.

-Ya no merece la pena, acuéstate.

-Vamos, será un día maravilloso.

-¿Para qué? Nadie va a notar si no estás.

El café se enfría en la mesa. Las llaves siguen donde las dejó anoche. Debería moverse.

-Rápido, ve afuera.

-No hay prisa, quédate.

Se sienta en el borde del colchón, con la camisa aún en las manos, con el pecho pesado. El reloj avanza.

-Si no sales ahora, lo lamentarás.

-Mañana. Mañana será más fácil.

El sol ya está alto cuando se deja caer de nuevo sobre el colchón.

-Mañana.