En julio de 1925, una pequeña ciudad del sur de Estados Unidos se convirtió en el escenario de un juicio que confrontó dos visiones del mundo: la ciencia y la religión. John T. Scopes, un joven profesor, fue acusado de violar una ley estatal al enseñar la teoría de la evolución y desató un debate nacional sobre la libertad de cátedra, la influencia de las creencias religiosas en la educación pública y los límites del conocimiento científico.