Hubo un momento en que nuestros políticos y los medios de comunicación tenían un especial temor cuando cubrían guerras de Medio Oriente: que nadie los llamara antisemitas. Tan corrosiva, tan viciosa era esta acusación contra cualquier crítica honesta a Israel, que sólo por balbucear la palabra “desproporcionada” provocaba acusaciones de nazismo por parte de los aspirantes a partidarios de Israel. La simpatía por los palestinos ganaría el apodo de “pro palestina”, que, por supuesto, significaba “pro terrorista”.
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