Un esfuerzo comunitario está ofreciendo cuidado psicológico a ucranianas que han sufrido violencia sexual a manos de las fuerzas rusas. Traducción en los dos primeros comentarios
#3:
Las guerras son una puta mierda y una orgia para lo más perturbado, hijo de puta y miserable que puede pisar este planeta
#1:
A mediados de marzo, un psicólogo llamado Spartak Subbota recibió una llamada de un grupo que ayuda a refugiados ucranianos recién llegados a Polonia. Entre ellos se encontraba una joven de veinticinco años que había logrado huir de un pueblo en las afueras de Chernhiv, en el norte de Ucrania, cerca de la frontera con Bielorrusia. ¿Podría hablar con ella? Las fuerzas rusas habían entrado en el pueblo de la joven en los primeros días de la guerra. Los soldados dispararon a su novio y la retuvieron en un sótano, donde, según le dijo a Subbota, la violaron repetidamente durante varios días. "Se encontraba en un estado difícil", me dijo Subbota. "Sin poder dormir. Sufriendo ataques de pánico, desconectada de la realidad".
Antes de la guerra, Subbota, de treinta años de edad, trabajaba con la policía ucraniana rastreando violadores y asesinos en serie, y había tratado a mujeres supervivientes de ese tipo de ataques. La mujer en Polonia le contó a Subbota una historia que volveria a escuchar muchas veces durante las semanas siguientes, a medida que más y más supervivientes de violaciones le eran remitidas para recibir tratamiento psicológico. "Los soldados le decían cosas como 'Debes saber que el ejército ruso es fuerte, para que nos recuerdes y nos temas'", dijo Subbota. "No querían decir 'tú' como individuo, como en tú, Tanya u Oliya, por ejemplo, sino como pueblo, como una nación entera". Subbota sabía cómo tratar a las víctimas que habían estado sometidas al tipo de violencia que impone una intimidad horrible y cruel a sus supervivientes, pero estaba menos seguro de cómo proporcionar cuidados a una persona que había sido violada como instrumento para dañar a toda una sociedad. "En tales casos, pierdes la voluntad y el sentido de ti mismo", dijo, "y recuperarlos se vuelve mucho más difícil".
A principios de abril, el ejército ruso se retiró de las regiones de Kiev y Chernihiv, dejando evidencia de una campaña sostenida de terror en lugares como Bucha e Irpin. Cientos de mujeres y niños que, según los informes, habían sido objeto de violación fueron evacuados de los territorios liberados. Según el Times, hasta ahora se han investigado docenas de casos de violación para un posible enjuiciamiento penal. El mes pasado, se abrió en Kiev el primer juicio contra un soldado ruso por violación como crimen de guerra; el acusado está acusado de irrumpir en la casa de una familia en un pueblo fuera de la capital, matar al padre y violar a la madre frente a su hijo.
A los sobrevivientes se les ha ofrecido atención médica y psiquiátrica. Al principio, Subbota se encontró limitando muchas de sus sesiones de terapia a media hora. "La razón era, simplemente, que me encontraba una y otra vez con problemas a los que no me había enfrentado antes", me dijo. En un caso, los soldados ataron a una madre y la obligaron a presenciar la agresión a su hija. Una semana después de que Subbota tratara a la víctima de veintiún años, su madre intentó suicidarse. Por primera vez en su consulta, Subbota se encontró pidiendo hacer pausas para poder consultar con otros colegas que estaban enfrentándose a casos similares. "No estaba seguro de cómo seguir trabajando para no empeorar aún más la condición de la paciente", dijo.
Subbota está atendiendo actualmente a siete pacientes con traumas de guerra, con edades entre los catorce y los treinta años; a veces sólo ve a tres de ellas al día, con sesiones que se prolongan durante horas. Pero crear un entorno seguro para sus clientes ha sido un proceso lento e irregular. No hace mucho tiempo, Subbota comenzó la terapia con una mujer que había sido retenida en un sótano con varias mujeres más y violada repetidamente, en el transcurso de cuatro días, por media docena de soldados rusos. A pesar de que la paciente de Subbota habia buscado tratamiento para las lesiones físicas sufridas, no pudo hablar sobre lo que había pasado hasta la decimoquinta sesión. "No estamos tanto deconstruyendo narrativas o trabajando a través del trauma, sino haciendo preguntas más elementales", dijo Subbota. "‘¿Qué asocias a una sensación de seguridad? ¿Cómo quieres que me dirija a tí? ¿Estás cómoda?'"
Subbota habló conmigo sobre el tiempo que pasó en los últimos años con un asesino en serie de Krivói Rog, un centro industrial en el sur de Ucrania, que violó y asesinó a varias mujeres. Era un sádico puro, explicó Subbota, guiado por sus propios impulsos individuales. Pero las historias que los pacientes de Subbota le contaban apuntaban a un tipo de maldad que no había encontrado hasta entonces. Los soldados rusos solían violar a las mujeres en grupos, apoyándose en la presencia de otros para librarse de la responsabilidad o autocontrol. "El efecto del grupo, más el hecho de que muchos atacantes tenían el rostro cubierto, creó un aura de anonimato, quitando cualquier sentido de miedo o principios, y empujando a cada persona hacia la máxima barbarie", me explicó.
Pero aún más preocupante para Subbota fue la conciencia de que los soldados rusos estaban motivados por el deseo de castigar, de causar daño y destruir la voluntad de la población. "Simplemente querían infligir el mayor dolor posible, causar el mayor daño", dijo Subbota. "Esta no fue una idea o un deseo que apareció en el momento y decidieron satisfacer de manera animal sino, más bien, un arma, como cualquier otra, que podía desplegarse en el campo de batalla". Me dijo que sus meses de tratar a víctimas de violencia sexual le han dejado su propia huella traumática: "En mi cabeza, el mundo se ha convertido en un lugar más duro y violento".
Al igual que con muchos aspectos de la respuesta de Ucrania a la guerra, desde la obtención de drones y chalecos antibalas hasta la distribución de comidas calientes a los combatientes voluntarios, una iniciativa comunitaria ha tomado forma rápidamente para proporcionar atención psicológica a quienes sufrieron violencia sexual a manos de las fuerzas de invasión rusas. A lo largo de todo el país, terapeutas y psicólogos establecieron centros de atención e iniciativas improvisadas de salud mental. Algunos mantuvieron la estructura de organizaciones formales, con vínculos con organizaciones internacionales y agencias estatales ucranianas; otros parecían colectivos ad hoc de terapeutas que compartían consejos y se remitían pacientes entre sí.
Un psicólogo ucraniano que ayudó a establecer una línea gratuita para las víctimas me dijo que las llamadas llegan en oleadas: "Se libera un área determinada y nos abruman los casos. Pero luego las cosas se calman y piensas, gracias a Dios, igual se acabó". Pero luego, las fuerzas rusas se retiran de las aldeas en las afueras de, por ejemplo, Jarkóv o Jersón, y los terapeutas saben que hay una necesidad renovada de su ayuda. "Durante la guerra cada uno tiene su frente y este es el nuestro", dijo el psicólogo. "Conocemos el trauma y sus efectos posteriores, y que, si no ayudamos ahora, sólo tendremos problemas mayores más adelante, con gente que se hace daño a sí misma y a otros."
Casi todos los terapeutas ucranianos con los que hablé han visto sus consultas y sus propias mentes transformadas por la gran cantidad de personas que han sufrido violencia sexual a manos de las tropas rusas. Hay subvenciones que pagan algunos programas, pero muchos profesionales de la salud mental tratan a supervivientes de violación de forma gratuíta, con horarios que son impredecibles y agotadores. Subbota me habló de una llamada a las tres de la mañana para ayudar a una de sus pacientes a calmarse; siguió al teléfono hasta que quedó en silencio y estuvo seguro de que ella se había dormido.
La violación ha sido durante mucho tiempo un arma de guerra; a fines del siglo XX, fue una característica del genocidio y la limpieza étnica en los Balcanes y Ruanda. Muchos ucranianos están familiarizados con la historia de las violaciones masivas cometidas por el Ejército Rojo al final de la Segunda Guerra Mundial, pero, como escuché una y otra vez de los psicólogos con los que hablé, pocos estaban preparados —emocional o logísticamente— para una violencia sexual a una escala tan grande en su propio país, incluso después de la invasión rusa de febrero. "He llegado a ver esto no como una táctica que está recogida en algún documento o que se transmite como órdenes directas", dijo Nadiia Volchenska, una psicóloga de 32 años que vive en Kiev y cofundó una red de terapeutas que tratan a víctimas de violaciones de guerra. "Pero, de todas maneras, hay una cierta lógica que ha quedado clara: si un batallón ruso se atrinchera en una ciudad o pueblo en particular durante dos semanas o más, veremos casos de violación".
Según Volchenska, muchas víctimas de violencia sexual en tiempos de guerra experimentan traumas superpuestos, y su propia agresión a menudo no se presenta como la peor crisis, o la más urgente. Casi todos sus pacientes han perdido sus hogares. Muchos han visto a familiares asesinados. Hay niños que alimentar y escuelas y médicos que encontrar en el exilio. "Cuando hay tanta tragedia alrededor, la gente comienza a sentir vergüenza", dijo Volchenska. "Que no lo han pasado tan mal como otros. O ellas tienen la culpa". En un caso, una paciente de Volchenska fue violada repetidamente por un oficial ruso, que acudió a su apartamento durante aproximadamente tres semanas. También trajo alimentos y medicinas, en un momento en que ambos escaseaban en la ciudad. Después de que las fuerzas rusas se retiraron, los vecinos de la mujer la trataron con resentimiento. "Le dijeron: 'No lo pasaste tan mal'", según Volchenska.
En una zona de guerra, los propios psicólogos se enfrentan a dificultades y desgracias. Subbota es de Irpin; se fue antes de que entraran las fuerzas rusas, pero su apartamento fue destruido. Volchenska huyó de Ucrania en los días posteriores a la invasión y pasó varias semanas yendo de alojamiento temporal a alojamiento temporal en Alemania antes de regresar a Kiev en abril.
#2:
Ha habido ocasiones en las que le ha costado controlar sus propios sentimientos durante una sesión de terapia. Una mujer de aproximadamente la edad de Volchenska se había ofrecido como paramédica y conductora de ambulancia cerca del frente, donde fue capturada por una unidad de soldados rusos. Su agresión fue tan brutal que la dejó físicamente desfigurada. Durante mucho tiempo, ella y Volchenska solo hablaron por teléfono. "No quiere mostrar su cara", me dijo. En un momento dado, por desesperación y agotamiento, la mujer dijo que deseaba no haberse involucrado nunca en el activismo durante una guerra. Volchenska no pudo ocultar su propia ira y frustración. "Me enfadé, dijo Volchenska. "¿Por qué tenía que ser tan idealista? Que le den a su ambulancia. Si se hubiera ido, pongamos, a la República Checa, nunca habría tenido que enfrentarse a este dolor".
Esa conversación hizo que su relación se afianzara. "Ella me vio como alguien genuino", dijo Volchenska. "Así que le dije que sabía por qué su decisión de ayudar era tan importante para ella y que la respetaba, aunque me doliera." Actualmente, me dijo Volchenska, la mujer ha regresado al frente, una vez más como médica de combate voluntaria.
A principios de abril, Natalia Stetsenko, que vive con su esposo y su hija de nueve años en Vyshhorod, un pueblo en las afueras de Kiev, vio llegar un autobús desde Irpin. De él salió una fila de mujeres, niños y babushky, una procesión de conmoción y trauma sin procesar. Stetsenko estudió para ser psicóloga y trabajadora social, con énfasis en adolescentes (para su proyecto de fin de carrera, estudió a grupos de niños que vivían en las calles de Kiev), pero había pasado la década anterior trabajando como gerente corporativa. En ese momento, de entre el grupo que bajaba del autobús, se fijó en una adolescente. "Tenía una mirada tranquila, casi indiferente en su rostro", recordó Stetsenko, "y estos ojos adultos que se fijaban en todos". Stetsenko se acercó a la madre de la niña y la alejó de la multitud. "Quiero hacerte una pregunta incómoda", dijo. "¿Tu hija ha sufrido violencia sexual?" La madre respondió con una mirada de miedo silenciado y respondió: "¿Cómo te has dado cuenta?".
Como contaron a Stetsenko, la niña, de catorce años, estaba en casa con su madre y su tía cuando irrumpieron tres soldados rusos armados. La llevaron a otra habitación y les dijeron a las otras dos mujeres que se sentaran en silencio si querían sobrevivir. La niña le dijo a Stetsenko que, durante la violación, los soldados le habían dicho: "No estamos haciendo esto para castigarte a ti, sino a tu nación de fascistas". Fueron explícitos acerca de su intención: querían hacerle daño hasta el punto de que nunca quisiera tener hijos. Cuando terminaron, los soldados juntaron los objetos de valor de la familia (joyas, un ordenador portátil, cubiertos) en una funda de almohada y los sacaron de la casa.
Stetsenko terminó cumpliendo el papel de terapeuta accidental, basándose en su formación anterior. Con la familia instalada en Vyshhorod, Stetsenko se dedicó a encontrar pretextos para visitar a la niña, llevándole camisetas o una caja de pasteles. Debido a un impulso protector, la madre de la muchacha había decidido mantener en privado la historia de la terrible experiencia de su hija y no buscar ayuda externa. "Mi relación más complicada fue con la madre", dijo Stetsenko. "Estaba segura de que en cualquier momento me diría que me largara, que ya se las arreglarían ellas solas."
Stetsenko invitó a la niña a dar paseos por la ciudad, sin mencionar nunca directamente el tema de su agresión. Un día le preguntó: "¿Cómo te imaginas que vas a vivir con esto?" La niña le respondió: "Lo superaré. El tiempo lo cura todo." También dijo que se sentía culpable. "Estaba segura de que hizo algo incorrecto", dijo Stetsenko, "que tuvo la culpa de que repararan en ella, como si de alguna manera los hubiera guiado a su casa aquel día". El hecho de que la muchacha estuviera dispuesta a hablar hizo que Stetsenko sintiera que tenía una oportunidad. Concertó una cita para que viera a un médico y encontró, tanto para ella como a su madre, psicólogos profesionales.
Dos semanas después, Stetsenko recibió una llamada de una amiga de Kiev, quien le dijo que otra muchacha, de quince años, también había llegado desde Irpin. Los soldados rusos habían entrado por la fuerza en la casa de su familia y vivieron allí durante cinco días. Durante ese tiempo, la ataron a una cama y la violaron repetidamente. Después de que la joven y su familia fueran evacuados, se dio cuenta de que estaba embarazada. Cuando Stetsenko tuvo sus primeras conversaciones con ella, hablaron menos sobre su trauma que sobre lo que le había sucedido a su novio de Irpin: había desaparecido durante la ocupación de la ciudad y nadie tenía noticias o idea de dónde estaba, o incluso si estaba vivo.
Stetsenko trató de apoyar a la niña durante un período tenso: los médicos le aconsejaron que esperara algunas semanas para interrumpir el embarazo, para darle tiempo a recuperarse del trauma físico. Mientras tanto, la muchacha le dijo a Stetsenko: "Entiendo que hay una persona viva dentro de mí, y no es su culpa ni la mía que haya terminado allí". La madre de la niña le confió a Stetsenko que a menudo encontraba a su hija mirando por la ventana en silencio durante horas.
"En una gran multitud, fui capaz de identificar un problema determinado y no simplemente dejarlo pasar", me dijo Stestenko. "Sin embargo, en tiempos de paz, no puedo decir que estaría dispuesta a pasar por esto otra vez". Algunos días, va a casa, se sirve una copa grande de vino y llora. Se ve a si misma paranoica y controladora con su propia hija. "La quiero en mi campo de visión, tocarla, abrazarla, no separarme de ella", dijo. "Es como si me hubiera dado cuenta de una verdad terrible sobre el mundo, que no hay ningún lugar seguro en ninguna parte, y me encuentro diciéndole eso a mi hija: algo horrible puede suceder en cualquier momento". Pero, agregó, "mientras haya guerra en Ucrania, siempre estaré lista".
#3 No sólo eso, sino que son fabricas de perturbados y como ya vimos en Abu Graib esto se extiende a un potencial inherente al ser humano sin distinción de cosas como el sexo el género y demás. Solo un caracter determinado puede hacerte aguantar y no convertirte en un monstruo, otra cosa es cómo te quede la autoestima despues de ver y hacer lo que una guerra exige, si eres una persona integra probablemente no la recuperes nunca y vivas tu vida atormentado. En Ucrania se llevan haciendo barbaridades desde el infame golpe de 2014 cada puto día, podemos seleccionar las que más nos duelan porque nos identifiquemos con un bando u otro o con una víctima u otra, pero esa es la realidad para millones de personas, en Ucrania como en tantos otros sitios.
#3#5#6#7 La guerra es lo que tiene, que es mú mala.
Pero sobre quien está violando a mansalva y por qué ("No estamos haciendo esto para castigarte a ti, sino a tu nación de fascistas"), nada que decir. Seguro que sólo son unas pocas manzanas podridas, al fin y al cabo.
Cuando crees que lo habías visto todo sobre la hipocresía... descubres que aún quedan muchas simas sin explorar.
#21 "Y tú más". Vuestra respuesta estándar para todo. Como si un asesino turco limpiara la sangre de un asesino ruso. O cómo si te importaran una mierda los kurdos.
Espero que, ya que te arrastras de esta manera, al menos sea por un buen sueldo.
#3 Toda la razón, y cuanto mas se alargan peor, es lo que tiene deshumanizar al enemigo, que llega un punto en el que todo parece valer.
Lo dicho, la peor de las miserias y aun hay quien trata el tema como si fuera un puto partido de futbol, que fácil es cuando los muertos los ponen otros y lo mas cerca que están es tras una pantalla.
#6 exactamente, los que anteponemos la paz incluso con concesiones a guerras y confflictos enquistados, lo hacemos pensando en todo esto. Los que, al contrario prefieren la guerra hasta el final de sus consecuencias, están escupiendo a la razon cuando cínicamente se hacen los sorprendidos, cuando dichas consecuencias llegan. La guerra es esto.
Aquí leemos todos los dias falsos triunfalismos que son una meada sobre los cadaveres de miles de hombres y mujeres y también sobre estas víctimas de violaciones, que se usan, a la postre en internet, simplemente como pretexto desde el sofá para soflamar contra el malvado "enemigo".
Anteponer la paz significaba también no alentar un golpe de estado, precursar la solución política de problemas políticos y no instigar el odio en base a pajas mentales patríoteras que a la postre no son más que relatos revisionados de una historia mal leida y mal contada. Y con todo ello al final evitar esto y muchas desgracias e injusticias más.
La paz es muy importante, en Espana muchos lo tenemos clarísimo, por eso yo mismo sin ser independentista he apoyado el dialogo y en una ultima instancia concesiones de unos a otros y de otros a los unos si con ello podemos estar en paz, porque en paz se progresa. Y he criticado con mucha vehemencia aquellos que pretendian que los jueces resolvieran problemas políticos o que los policías acallaran realidades latentes por la fuerza. Pero claro, a quien quiere ver el mundo, o la parte que irracionalmente odia del mismo, arder... todo esto se la suda... y negará convenientemente las violaciones, torturas y masares de "los suyos" o "de los de su equipo" y condenará furibundamente las de "sus enemigos"... En una persona anónima sentado en un sofá en albacete o granollers soflamando todo el santo dia sobre cosas que desconoce sobre gente que desconoce, esto solo puede obedecer a profundos problemas psicológicos.
#9 Completamente de acuerdo, y ya que lo trasladas a España, lo mismo siendo indepe, quiero una salida dialogada y votada. Por mucho que quiera la independencia hacerlo "a malas" al final trae lo que trae, puta miseria, odio y rencor del que se enquista hasta casi olvidar el motivo por el que empezó.
Pero por desgracia a muchos les puede antes el orgullo que la razón, no me cansaré de repetir que todo seria mas fácil si la gente en general tirara mas de sentido común y menos de quien tiene mas cojones
#3 Así es, sea la guerra que sea, los que más destacan son los más perturbados, porque ya el simple hecho de ir a matar a otra persona por qué sí (lo digo sobre todo por los mercenarios) denota que debe ser un anormal.
#8 A ver, que yo no excuso ni a los mercenarios del bando ruso ni a los del bando ucraniano... me da igual: me parece que tiene que ser o gente muy desesperada o muy degenerada para ir a matar.
Si acaso, de las guerras, excuso a los soldados que, aún sin querer, los políticos obligan a ir al matadero o los matan.
Por eso el tratamiento hacia unos u otros cambia en las convenciones sobre la guerra aunque como quiera que fuere, pese a lo penoso de las guerras, siempre deberían respetarse esos convenidos y los derechos humanos a los que de rindan.
En fin, la guerra es una desgracia y un bochorno para cualquier nación que pretenda tender a la civilización.
#11 O gente obligada como está haciendo Putin con todo lo que ha ocupado. Ciertamente, no tengo ni idea de cuántos mercenarios han ido a Ucrania del bando ucraniano, pero estoy seguro que es un número anecdótico o los bots rusos de menéame estarían día sí día también pasando por aquí las imágenes de los capturados.
Lo que está claro es que esta guerra se termina en cuanto a Rusia se le acabe la carne de cañón que está usando o su artillería.
#12 No sabemos cuándo acabará esta guerra de Ucrania, ni si escalará o no. Sólo sabemos que a los muy ricachones no les va a afectar apenas: al resto de "mortales" sí y mucho.
#16 En el frente ucraniano a un lado u otro se cepillan o encarcelan a quien se niega a luchar en una mierda de conflicto por intereses que no tienen que ver realmente con los de su pueblo.
No me parece cobarde sabiendo tal cosa que alguien se niegue a luchar, desertor sería quien se va sin decir nada y traidor quie boicotee la lucha de otros.
Teniendo en cuenta que muchos luchan bajo amenaza, más nos valdría apoyarles, la guerra sería mucho más corta:
#18 aqui en Alemania ya ofrece prioridad de asilo a los insumisos. En ese aspecto no tengo nada que reprochar al gobierno que tenemos. Desgraciadamente Polonia colabora con Ucrania en la seleccion y repatriacion forzosa de hombres emigrados con edad de servir.
Hay sospechas bastante fundadas con videoa y tal se que al menos all principo del conflicto presuntas milicias ucranianas mataban a quienes intentaban salir del país y se negaban a luchar.
#22 Afirmación más que discutible. Se me ocurren mil formas de que desees más estar muerto que seguir vivo y yo soy un aficionado comparando con los militares en general y los rusos y ucranianos en particular.
A mediados de marzo, un psicólogo llamado Spartak Subbota recibió una llamada de un grupo que ayuda a refugiados ucranianos recién llegados a Polonia. Entre ellos se encontraba una joven de veinticinco años que había logrado huir de un pueblo en las afueras de Chernhiv, en el norte de Ucrania, cerca de la frontera con Bielorrusia. ¿Podría hablar con ella? Las fuerzas rusas habían entrado en el pueblo de la joven en los primeros días de la guerra. Los soldados dispararon a su novio y la retuvieron en un sótano, donde, según le dijo a Subbota, la violaron repetidamente durante varios días. "Se encontraba en un estado difícil", me dijo Subbota. "Sin poder dormir. Sufriendo ataques de pánico, desconectada de la realidad".
Antes de la guerra, Subbota, de treinta años de edad, trabajaba con la policía ucraniana rastreando violadores y asesinos en serie, y había tratado a mujeres supervivientes de ese tipo de ataques. La mujer en Polonia le contó a Subbota una historia que volveria a escuchar muchas veces durante las semanas siguientes, a medida que más y más supervivientes de violaciones le eran remitidas para recibir tratamiento psicológico. "Los soldados le decían cosas como 'Debes saber que el ejército ruso es fuerte, para que nos recuerdes y nos temas'", dijo Subbota. "No querían decir 'tú' como individuo, como en tú, Tanya u Oliya, por ejemplo, sino como pueblo, como una nación entera". Subbota sabía cómo tratar a las víctimas que habían estado sometidas al tipo de violencia que impone una intimidad horrible y cruel a sus supervivientes, pero estaba menos seguro de cómo proporcionar cuidados a una persona que había sido violada como instrumento para dañar a toda una sociedad. "En tales casos, pierdes la voluntad y el sentido de ti mismo", dijo, "y recuperarlos se vuelve mucho más difícil".
A principios de abril, el ejército ruso se retiró de las regiones de Kiev y Chernihiv, dejando evidencia de una campaña sostenida de terror en lugares como Bucha e Irpin. Cientos de mujeres y niños que, según los informes, habían sido objeto de violación fueron evacuados de los territorios liberados. Según el Times, hasta ahora se han investigado docenas de casos de violación para un posible enjuiciamiento penal. El mes pasado, se abrió en Kiev el primer juicio contra un soldado ruso por violación como crimen de guerra; el acusado está acusado de irrumpir en la casa de una familia en un pueblo fuera de la capital, matar al padre y violar a la madre frente a su hijo.
A los sobrevivientes se les ha ofrecido atención médica y psiquiátrica. Al principio, Subbota se encontró limitando muchas de sus sesiones de terapia a media hora. "La razón era, simplemente, que me encontraba una y otra vez con problemas a los que no me había enfrentado antes", me dijo. En un caso, los soldados ataron a una madre y la obligaron a presenciar la agresión a su hija. Una semana después de que Subbota tratara a la víctima de veintiún años, su madre intentó suicidarse. Por primera vez en su consulta, Subbota se encontró pidiendo hacer pausas para poder consultar con otros colegas que estaban enfrentándose a casos similares. "No estaba seguro de cómo seguir trabajando para no empeorar aún más la condición de la paciente", dijo.
Subbota está atendiendo actualmente a siete pacientes con traumas de guerra, con edades entre los catorce y los treinta años; a veces sólo ve a tres de ellas al día, con sesiones que se prolongan durante horas. Pero crear un entorno seguro para sus clientes ha sido un proceso lento e irregular. No hace mucho tiempo, Subbota comenzó la terapia con una mujer que había sido retenida en un sótano con varias mujeres más y violada repetidamente, en el transcurso de cuatro días, por media docena de soldados rusos. A pesar de que la paciente de Subbota habia buscado tratamiento para las lesiones físicas sufridas, no pudo hablar sobre lo que había pasado hasta la decimoquinta sesión. "No estamos tanto deconstruyendo narrativas o trabajando a través del trauma, sino haciendo preguntas más elementales", dijo Subbota. "‘¿Qué asocias a una sensación de seguridad? ¿Cómo quieres que me dirija a tí? ¿Estás cómoda?'"
Subbota habló conmigo sobre el tiempo que pasó en los últimos años con un asesino en serie de Krivói Rog, un centro industrial en el sur de Ucrania, que violó y asesinó a varias mujeres. Era un sádico puro, explicó Subbota, guiado por sus propios impulsos individuales. Pero las historias que los pacientes de Subbota le contaban apuntaban a un tipo de maldad que no había encontrado hasta entonces. Los soldados rusos solían violar a las mujeres en grupos, apoyándose en la presencia de otros para librarse de la responsabilidad o autocontrol. "El efecto del grupo, más el hecho de que muchos atacantes tenían el rostro cubierto, creó un aura de anonimato, quitando cualquier sentido de miedo o principios, y empujando a cada persona hacia la máxima barbarie", me explicó.
Pero aún más preocupante para Subbota fue la conciencia de que los soldados rusos estaban motivados por el deseo de castigar, de causar daño y destruir la voluntad de la población. "Simplemente querían infligir el mayor dolor posible, causar el mayor daño", dijo Subbota. "Esta no fue una idea o un deseo que apareció en el momento y decidieron satisfacer de manera animal sino, más bien, un arma, como cualquier otra, que podía desplegarse en el campo de batalla". Me dijo que sus meses de tratar a víctimas de violencia sexual le han dejado su propia huella traumática: "En mi cabeza, el mundo se ha convertido en un lugar más duro y violento".
Al igual que con muchos aspectos de la respuesta de Ucrania a la guerra, desde la obtención de drones y chalecos antibalas hasta la distribución de comidas calientes a los combatientes voluntarios, una iniciativa comunitaria ha tomado forma rápidamente para proporcionar atención psicológica a quienes sufrieron violencia sexual a manos de las fuerzas de invasión rusas. A lo largo de todo el país, terapeutas y psicólogos establecieron centros de atención e iniciativas improvisadas de salud mental. Algunos mantuvieron la estructura de organizaciones formales, con vínculos con organizaciones internacionales y agencias estatales ucranianas; otros parecían colectivos ad hoc de terapeutas que compartían consejos y se remitían pacientes entre sí.
Un psicólogo ucraniano que ayudó a establecer una línea gratuita para las víctimas me dijo que las llamadas llegan en oleadas: "Se libera un área determinada y nos abruman los casos. Pero luego las cosas se calman y piensas, gracias a Dios, igual se acabó". Pero luego, las fuerzas rusas se retiran de las aldeas en las afueras de, por ejemplo, Jarkóv o Jersón, y los terapeutas saben que hay una necesidad renovada de su ayuda. "Durante la guerra cada uno tiene su frente y este es el nuestro", dijo el psicólogo. "Conocemos el trauma y sus efectos posteriores, y que, si no ayudamos ahora, sólo tendremos problemas mayores más adelante, con gente que se hace daño a sí misma y a otros."
Casi todos los terapeutas ucranianos con los que hablé han visto sus consultas y sus propias mentes transformadas por la gran cantidad de personas que han sufrido violencia sexual a manos de las tropas rusas. Hay subvenciones que pagan algunos programas, pero muchos profesionales de la salud mental tratan a supervivientes de violación de forma gratuíta, con horarios que son impredecibles y agotadores. Subbota me habló de una llamada a las tres de la mañana para ayudar a una de sus pacientes a calmarse; siguió al teléfono hasta que quedó en silencio y estuvo seguro de que ella se había dormido.
La violación ha sido durante mucho tiempo un arma de guerra; a fines del siglo XX, fue una característica del genocidio y la limpieza étnica en los Balcanes y Ruanda. Muchos ucranianos están familiarizados con la historia de las violaciones masivas cometidas por el Ejército Rojo al final de la Segunda Guerra Mundial, pero, como escuché una y otra vez de los psicólogos con los que hablé, pocos estaban preparados —emocional o logísticamente— para una violencia sexual a una escala tan grande en su propio país, incluso después de la invasión rusa de febrero. "He llegado a ver esto no como una táctica que está recogida en algún documento o que se transmite como órdenes directas", dijo Nadiia Volchenska, una psicóloga de 32 años que vive en Kiev y cofundó una red de terapeutas que tratan a víctimas de violaciones de guerra. "Pero, de todas maneras, hay una cierta lógica que ha quedado clara: si un batallón ruso se atrinchera en una ciudad o pueblo en particular durante dos semanas o más, veremos casos de violación".
Según Volchenska, muchas víctimas de violencia sexual en tiempos de guerra experimentan traumas superpuestos, y su propia agresión a menudo no se presenta como la peor crisis, o la más urgente. Casi todos sus pacientes han perdido sus hogares. Muchos han visto a familiares asesinados. Hay niños que alimentar y escuelas y médicos que encontrar en el exilio. "Cuando hay tanta tragedia alrededor, la gente comienza a sentir vergüenza", dijo Volchenska. "Que no lo han pasado tan mal como otros. O ellas tienen la culpa". En un caso, una paciente de Volchenska fue violada repetidamente por un oficial ruso, que acudió a su apartamento durante aproximadamente tres semanas. También trajo alimentos y medicinas, en un momento en que ambos escaseaban en la ciudad. Después de que las fuerzas rusas se retiraron, los vecinos de la mujer la trataron con resentimiento. "Le dijeron: 'No lo pasaste tan mal'", según Volchenska.
En una zona de guerra, los propios psicólogos se enfrentan a dificultades y desgracias. Subbota es de Irpin; se fue antes de que entraran las fuerzas rusas, pero su apartamento fue destruido. Volchenska huyó de Ucrania en los días posteriores a la invasión y pasó varias semanas yendo de alojamiento temporal a alojamiento temporal en Alemania antes de regresar a Kiev en abril.
Ha habido ocasiones en las que le ha costado controlar sus propios sentimientos durante una sesión de terapia. Una mujer de aproximadamente la edad de Volchenska se había ofrecido como paramédica y conductora de ambulancia cerca del frente, donde fue capturada por una unidad de soldados rusos. Su agresión fue tan brutal que la dejó físicamente desfigurada. Durante mucho tiempo, ella y Volchenska solo hablaron por teléfono. "No quiere mostrar su cara", me dijo. En un momento dado, por desesperación y agotamiento, la mujer dijo que deseaba no haberse involucrado nunca en el activismo durante una guerra. Volchenska no pudo ocultar su propia ira y frustración. "Me enfadé, dijo Volchenska. "¿Por qué tenía que ser tan idealista? Que le den a su ambulancia. Si se hubiera ido, pongamos, a la República Checa, nunca habría tenido que enfrentarse a este dolor".
Esa conversación hizo que su relación se afianzara. "Ella me vio como alguien genuino", dijo Volchenska. "Así que le dije que sabía por qué su decisión de ayudar era tan importante para ella y que la respetaba, aunque me doliera." Actualmente, me dijo Volchenska, la mujer ha regresado al frente, una vez más como médica de combate voluntaria.
A principios de abril, Natalia Stetsenko, que vive con su esposo y su hija de nueve años en Vyshhorod, un pueblo en las afueras de Kiev, vio llegar un autobús desde Irpin. De él salió una fila de mujeres, niños y babushky, una procesión de conmoción y trauma sin procesar. Stetsenko estudió para ser psicóloga y trabajadora social, con énfasis en adolescentes (para su proyecto de fin de carrera, estudió a grupos de niños que vivían en las calles de Kiev), pero había pasado la década anterior trabajando como gerente corporativa. En ese momento, de entre el grupo que bajaba del autobús, se fijó en una adolescente. "Tenía una mirada tranquila, casi indiferente en su rostro", recordó Stetsenko, "y estos ojos adultos que se fijaban en todos". Stetsenko se acercó a la madre de la niña y la alejó de la multitud. "Quiero hacerte una pregunta incómoda", dijo. "¿Tu hija ha sufrido violencia sexual?" La madre respondió con una mirada de miedo silenciado y respondió: "¿Cómo te has dado cuenta?".
Como contaron a Stetsenko, la niña, de catorce años, estaba en casa con su madre y su tía cuando irrumpieron tres soldados rusos armados. La llevaron a otra habitación y les dijeron a las otras dos mujeres que se sentaran en silencio si querían sobrevivir. La niña le dijo a Stetsenko que, durante la violación, los soldados le habían dicho: "No estamos haciendo esto para castigarte a ti, sino a tu nación de fascistas". Fueron explícitos acerca de su intención: querían hacerle daño hasta el punto de que nunca quisiera tener hijos. Cuando terminaron, los soldados juntaron los objetos de valor de la familia (joyas, un ordenador portátil, cubiertos) en una funda de almohada y los sacaron de la casa.
Stetsenko terminó cumpliendo el papel de terapeuta accidental, basándose en su formación anterior. Con la familia instalada en Vyshhorod, Stetsenko se dedicó a encontrar pretextos para visitar a la niña, llevándole camisetas o una caja de pasteles. Debido a un impulso protector, la madre de la muchacha había decidido mantener en privado la historia de la terrible experiencia de su hija y no buscar ayuda externa. "Mi relación más complicada fue con la madre", dijo Stetsenko. "Estaba segura de que en cualquier momento me diría que me largara, que ya se las arreglarían ellas solas."
Stetsenko invitó a la niña a dar paseos por la ciudad, sin mencionar nunca directamente el tema de su agresión. Un día le preguntó: "¿Cómo te imaginas que vas a vivir con esto?" La niña le respondió: "Lo superaré. El tiempo lo cura todo." También dijo que se sentía culpable. "Estaba segura de que hizo algo incorrecto", dijo Stetsenko, "que tuvo la culpa de que repararan en ella, como si de alguna manera los hubiera guiado a su casa aquel día". El hecho de que la muchacha estuviera dispuesta a hablar hizo que Stetsenko sintiera que tenía una oportunidad. Concertó una cita para que viera a un médico y encontró, tanto para ella como a su madre, psicólogos profesionales.
Dos semanas después, Stetsenko recibió una llamada de una amiga de Kiev, quien le dijo que otra muchacha, de quince años, también había llegado desde Irpin. Los soldados rusos habían entrado por la fuerza en la casa de su familia y vivieron allí durante cinco días. Durante ese tiempo, la ataron a una cama y la violaron repetidamente. Después de que la joven y su familia fueran evacuados, se dio cuenta de que estaba embarazada. Cuando Stetsenko tuvo sus primeras conversaciones con ella, hablaron menos sobre su trauma que sobre lo que le había sucedido a su novio de Irpin: había desaparecido durante la ocupación de la ciudad y nadie tenía noticias o idea de dónde estaba, o incluso si estaba vivo.
Stetsenko trató de apoyar a la niña durante un período tenso: los médicos le aconsejaron que esperara algunas semanas para interrumpir el embarazo, para darle tiempo a recuperarse del trauma físico. Mientras tanto, la muchacha le dijo a Stetsenko: "Entiendo que hay una persona viva dentro de mí, y no es su culpa ni la mía que haya terminado allí". La madre de la niña le confió a Stetsenko que a menudo encontraba a su hija mirando por la ventana en silencio durante horas.
"En una gran multitud, fui capaz de identificar un problema determinado y no simplemente dejarlo pasar", me dijo Stestenko. "Sin embargo, en tiempos de paz, no puedo decir que estaría dispuesta a pasar por esto otra vez". Algunos días, va a casa, se sirve una copa grande de vino y llora. Se ve a si misma paranoica y controladora con su propia hija. "La quiero en mi campo de visión, tocarla, abrazarla, no separarme de ella", dijo. "Es como si me hubiera dado cuenta de una verdad terrible sobre el mundo, que no hay ningún lugar seguro en ninguna parte, y me encuentro diciéndole eso a mi hija: algo horrible puede suceder en cualquier momento". Pero, agregó, "mientras haya guerra en Ucrania, siempre estaré lista".
Comentarios
Las guerras son una puta mierda y una orgia para lo más perturbado, hijo de puta y miserable que puede pisar este planeta
#3 No sólo eso, sino que son fabricas de perturbados y como ya vimos en Abu Graib esto se extiende a un potencial inherente al ser humano sin distinción de cosas como el sexo el género y demás. Solo un caracter determinado puede hacerte aguantar y no convertirte en un monstruo, otra cosa es cómo te quede la autoestima despues de ver y hacer lo que una guerra exige, si eres una persona integra probablemente no la recuperes nunca y vivas tu vida atormentado. En Ucrania se llevan haciendo barbaridades desde el infame golpe de 2014 cada puto día, podemos seleccionar las que más nos duelan porque nos identifiquemos con un bando u otro o con una víctima u otra, pero esa es la realidad para millones de personas, en Ucrania como en tantos otros sitios.
#4 esa foto es de Guantánamo creo.
#3 y aparte el caldo de cultivo para futuros problemas mentales, fanatismos y radicalismos con sed de venganza
#3 #5 #6 #7 La guerra es lo que tiene, que es mú mala.
Pero sobre quien está violando a mansalva y por qué ("No estamos haciendo esto para castigarte a ti, sino a tu nación de fascistas"), nada que decir. Seguro que sólo son unas pocas manzanas podridas, al fin y al cabo.
Cuando crees que lo habías visto todo sobre la hipocresía... descubres que aún quedan muchas simas sin explorar.
#20 Pues si quieres ve y se lo explicas al socio Erdogan, que ya está preparado para liarla parda en Siria, todo ello con el beneplácito de EEUU.
Si es que el doble rasero de medir tiene esas cosas.
#21 o tocándole los huevos a Grecia
#21 "Y tú más". Vuestra respuesta estándar para todo. Como si un asesino turco limpiara la sangre de un asesino ruso. O cómo si te importaran una mierda los kurdos.
Espero que, ya que te arrastras de esta manera, al menos sea por un buen sueldo.
#3 Toda la razón, y cuanto mas se alargan peor, es lo que tiene deshumanizar al enemigo, que llega un punto en el que todo parece valer.
Lo dicho, la peor de las miserias y aun hay quien trata el tema como si fuera un puto partido de futbol, que fácil es cuando los muertos los ponen otros y lo mas cerca que están es tras una pantalla.
#6 exactamente, los que anteponemos la paz incluso con concesiones a guerras y confflictos enquistados, lo hacemos pensando en todo esto. Los que, al contrario prefieren la guerra hasta el final de sus consecuencias, están escupiendo a la razon cuando cínicamente se hacen los sorprendidos, cuando dichas consecuencias llegan. La guerra es esto.
Aquí leemos todos los dias falsos triunfalismos que son una meada sobre los cadaveres de miles de hombres y mujeres y también sobre estas víctimas de violaciones, que se usan, a la postre en internet, simplemente como pretexto desde el sofá para soflamar contra el malvado "enemigo".
Anteponer la paz significaba también no alentar un golpe de estado, precursar la solución política de problemas políticos y no instigar el odio en base a pajas mentales patríoteras que a la postre no son más que relatos revisionados de una historia mal leida y mal contada. Y con todo ello al final evitar esto y muchas desgracias e injusticias más.
La paz es muy importante, en Espana muchos lo tenemos clarísimo, por eso yo mismo sin ser independentista he apoyado el dialogo y en una ultima instancia concesiones de unos a otros y de otros a los unos si con ello podemos estar en paz, porque en paz se progresa. Y he criticado con mucha vehemencia aquellos que pretendian que los jueces resolvieran problemas políticos o que los policías acallaran realidades latentes por la fuerza. Pero claro, a quien quiere ver el mundo, o la parte que irracionalmente odia del mismo, arder... todo esto se la suda... y negará convenientemente las violaciones, torturas y masares de "los suyos" o "de los de su equipo" y condenará furibundamente las de "sus enemigos"... En una persona anónima sentado en un sofá en albacete o granollers soflamando todo el santo dia sobre cosas que desconoce sobre gente que desconoce, esto solo puede obedecer a profundos problemas psicológicos.
#9 Completamente de acuerdo, y ya que lo trasladas a España, lo mismo siendo indepe, quiero una salida dialogada y votada. Por mucho que quiera la independencia hacerlo "a malas" al final trae lo que trae, puta miseria, odio y rencor del que se enquista hasta casi olvidar el motivo por el que empezó.
Pero por desgracia a muchos les puede antes el orgullo que la razón, no me cansaré de repetir que todo seria mas fácil si la gente en general tirara mas de sentido común y menos de quien tiene mas cojones
#3 Así es, sea la guerra que sea, los que más destacan son los más perturbados, porque ya el simple hecho de ir a matar a otra persona por qué sí (lo digo sobre todo por los mercenarios) denota que debe ser un anormal.
#7 Sin los mercenarios Wagner y tiktokers esta guerra es habría acabado con la no-toma de Kiev.
A Putin es lo que le queda, o va él mismo montado en un oso a terminar de conquistar los 5km mensuales del Donbás.
#8 A ver, que yo no excuso ni a los mercenarios del bando ruso ni a los del bando ucraniano... me da igual: me parece que tiene que ser o gente muy desesperada o muy degenerada para ir a matar.
Si acaso, de las guerras, excuso a los soldados que, aún sin querer, los políticos obligan a ir al matadero o los matan.
Por eso el tratamiento hacia unos u otros cambia en las convenciones sobre la guerra aunque como quiera que fuere, pese a lo penoso de las guerras, siempre deberían respetarse esos convenidos y los derechos humanos a los que de rindan.
En fin, la guerra es una desgracia y un bochorno para cualquier nación que pretenda tender a la civilización.
#11 O gente obligada como está haciendo Putin con todo lo que ha ocupado. Ciertamente, no tengo ni idea de cuántos mercenarios han ido a Ucrania del bando ucraniano, pero estoy seguro que es un número anecdótico o los bots rusos de menéame estarían día sí día también pasando por aquí las imágenes de los capturados.
Lo que está claro es que esta guerra se termina en cuanto a Rusia se le acabe la carne de cañón que está usando o su artillería.
#12 No sabemos cuándo acabará esta guerra de Ucrania, ni si escalará o no. Sólo sabemos que a los muy ricachones no les va a afectar apenas: al resto de "mortales" sí y mucho.
#7 Los pacifistas no van, se llaman desertores en la guerra.
#10 en una guerra y más en un país en el que una milicia te puede matar o en el mejor de los casos encarcelar por ello es la opción más valiente.
#14 Si si, lo de cobarde, desertor y traidor es la mejor opción, opino como tú.
#16 En el frente ucraniano a un lado u otro se cepillan o encarcelan a quien se niega a luchar en una mierda de conflicto por intereses que no tienen que ver realmente con los de su pueblo.
No me parece cobarde sabiendo tal cosa que alguien se niegue a luchar, desertor sería quien se va sin decir nada y traidor quie boicotee la lucha de otros.
Teniendo en cuenta que muchos luchan bajo amenaza, más nos valdría apoyarles, la guerra sería mucho más corta:
https://www.labournet.de/interventionen/solidaritaet/hilfe-und-asyl-fuer-russische-und-ukrainische-deserteure/
#17 Pues ya sabes, ve.
#18 aqui en Alemania ya ofrece prioridad de asilo a los insumisos. En ese aspecto no tengo nada que reprochar al gobierno que tenemos. Desgraciadamente Polonia colabora con Ucrania en la seleccion y repatriacion forzosa de hombres emigrados con edad de servir.
Hay sospechas bastante fundadas con videoa y tal se que al menos all principo del conflicto presuntas milicias ucranianas mataban a quienes intentaban salir del país y se negaban a luchar.
#3 en una guerra lo peor es que te maten
#22 Afirmación más que discutible. Se me ocurren mil formas de que desees más estar muerto que seguir vivo y yo soy un aficionado comparando con los militares en general y los rusos y ucranianos en particular.
A mediados de marzo, un psicólogo llamado Spartak Subbota recibió una llamada de un grupo que ayuda a refugiados ucranianos recién llegados a Polonia. Entre ellos se encontraba una joven de veinticinco años que había logrado huir de un pueblo en las afueras de Chernhiv, en el norte de Ucrania, cerca de la frontera con Bielorrusia. ¿Podría hablar con ella? Las fuerzas rusas habían entrado en el pueblo de la joven en los primeros días de la guerra. Los soldados dispararon a su novio y la retuvieron en un sótano, donde, según le dijo a Subbota, la violaron repetidamente durante varios días. "Se encontraba en un estado difícil", me dijo Subbota. "Sin poder dormir. Sufriendo ataques de pánico, desconectada de la realidad".
Antes de la guerra, Subbota, de treinta años de edad, trabajaba con la policía ucraniana rastreando violadores y asesinos en serie, y había tratado a mujeres supervivientes de ese tipo de ataques. La mujer en Polonia le contó a Subbota una historia que volveria a escuchar muchas veces durante las semanas siguientes, a medida que más y más supervivientes de violaciones le eran remitidas para recibir tratamiento psicológico. "Los soldados le decían cosas como 'Debes saber que el ejército ruso es fuerte, para que nos recuerdes y nos temas'", dijo Subbota. "No querían decir 'tú' como individuo, como en tú, Tanya u Oliya, por ejemplo, sino como pueblo, como una nación entera". Subbota sabía cómo tratar a las víctimas que habían estado sometidas al tipo de violencia que impone una intimidad horrible y cruel a sus supervivientes, pero estaba menos seguro de cómo proporcionar cuidados a una persona que había sido violada como instrumento para dañar a toda una sociedad. "En tales casos, pierdes la voluntad y el sentido de ti mismo", dijo, "y recuperarlos se vuelve mucho más difícil".
A principios de abril, el ejército ruso se retiró de las regiones de Kiev y Chernihiv, dejando evidencia de una campaña sostenida de terror en lugares como Bucha e Irpin. Cientos de mujeres y niños que, según los informes, habían sido objeto de violación fueron evacuados de los territorios liberados. Según el Times, hasta ahora se han investigado docenas de casos de violación para un posible enjuiciamiento penal. El mes pasado, se abrió en Kiev el primer juicio contra un soldado ruso por violación como crimen de guerra; el acusado está acusado de irrumpir en la casa de una familia en un pueblo fuera de la capital, matar al padre y violar a la madre frente a su hijo.
A los sobrevivientes se les ha ofrecido atención médica y psiquiátrica. Al principio, Subbota se encontró limitando muchas de sus sesiones de terapia a media hora. "La razón era, simplemente, que me encontraba una y otra vez con problemas a los que no me había enfrentado antes", me dijo. En un caso, los soldados ataron a una madre y la obligaron a presenciar la agresión a su hija. Una semana después de que Subbota tratara a la víctima de veintiún años, su madre intentó suicidarse. Por primera vez en su consulta, Subbota se encontró pidiendo hacer pausas para poder consultar con otros colegas que estaban enfrentándose a casos similares. "No estaba seguro de cómo seguir trabajando para no empeorar aún más la condición de la paciente", dijo.
Subbota está atendiendo actualmente a siete pacientes con traumas de guerra, con edades entre los catorce y los treinta años; a veces sólo ve a tres de ellas al día, con sesiones que se prolongan durante horas. Pero crear un entorno seguro para sus clientes ha sido un proceso lento e irregular. No hace mucho tiempo, Subbota comenzó la terapia con una mujer que había sido retenida en un sótano con varias mujeres más y violada repetidamente, en el transcurso de cuatro días, por media docena de soldados rusos. A pesar de que la paciente de Subbota habia buscado tratamiento para las lesiones físicas sufridas, no pudo hablar sobre lo que había pasado hasta la decimoquinta sesión. "No estamos tanto deconstruyendo narrativas o trabajando a través del trauma, sino haciendo preguntas más elementales", dijo Subbota. "‘¿Qué asocias a una sensación de seguridad? ¿Cómo quieres que me dirija a tí? ¿Estás cómoda?'"
Subbota habló conmigo sobre el tiempo que pasó en los últimos años con un asesino en serie de Krivói Rog, un centro industrial en el sur de Ucrania, que violó y asesinó a varias mujeres. Era un sádico puro, explicó Subbota, guiado por sus propios impulsos individuales. Pero las historias que los pacientes de Subbota le contaban apuntaban a un tipo de maldad que no había encontrado hasta entonces. Los soldados rusos solían violar a las mujeres en grupos, apoyándose en la presencia de otros para librarse de la responsabilidad o autocontrol. "El efecto del grupo, más el hecho de que muchos atacantes tenían el rostro cubierto, creó un aura de anonimato, quitando cualquier sentido de miedo o principios, y empujando a cada persona hacia la máxima barbarie", me explicó.
Pero aún más preocupante para Subbota fue la conciencia de que los soldados rusos estaban motivados por el deseo de castigar, de causar daño y destruir la voluntad de la población. "Simplemente querían infligir el mayor dolor posible, causar el mayor daño", dijo Subbota. "Esta no fue una idea o un deseo que apareció en el momento y decidieron satisfacer de manera animal sino, más bien, un arma, como cualquier otra, que podía desplegarse en el campo de batalla". Me dijo que sus meses de tratar a víctimas de violencia sexual le han dejado su propia huella traumática: "En mi cabeza, el mundo se ha convertido en un lugar más duro y violento".
Al igual que con muchos aspectos de la respuesta de Ucrania a la guerra, desde la obtención de drones y chalecos antibalas hasta la distribución de comidas calientes a los combatientes voluntarios, una iniciativa comunitaria ha tomado forma rápidamente para proporcionar atención psicológica a quienes sufrieron violencia sexual a manos de las fuerzas de invasión rusas. A lo largo de todo el país, terapeutas y psicólogos establecieron centros de atención e iniciativas improvisadas de salud mental. Algunos mantuvieron la estructura de organizaciones formales, con vínculos con organizaciones internacionales y agencias estatales ucranianas; otros parecían colectivos ad hoc de terapeutas que compartían consejos y se remitían pacientes entre sí.
Un psicólogo ucraniano que ayudó a establecer una línea gratuita para las víctimas me dijo que las llamadas llegan en oleadas: "Se libera un área determinada y nos abruman los casos. Pero luego las cosas se calman y piensas, gracias a Dios, igual se acabó". Pero luego, las fuerzas rusas se retiran de las aldeas en las afueras de, por ejemplo, Jarkóv o Jersón, y los terapeutas saben que hay una necesidad renovada de su ayuda. "Durante la guerra cada uno tiene su frente y este es el nuestro", dijo el psicólogo. "Conocemos el trauma y sus efectos posteriores, y que, si no ayudamos ahora, sólo tendremos problemas mayores más adelante, con gente que se hace daño a sí misma y a otros."
Casi todos los terapeutas ucranianos con los que hablé han visto sus consultas y sus propias mentes transformadas por la gran cantidad de personas que han sufrido violencia sexual a manos de las tropas rusas. Hay subvenciones que pagan algunos programas, pero muchos profesionales de la salud mental tratan a supervivientes de violación de forma gratuíta, con horarios que son impredecibles y agotadores. Subbota me habló de una llamada a las tres de la mañana para ayudar a una de sus pacientes a calmarse; siguió al teléfono hasta que quedó en silencio y estuvo seguro de que ella se había dormido.
La violación ha sido durante mucho tiempo un arma de guerra; a fines del siglo XX, fue una característica del genocidio y la limpieza étnica en los Balcanes y Ruanda. Muchos ucranianos están familiarizados con la historia de las violaciones masivas cometidas por el Ejército Rojo al final de la Segunda Guerra Mundial, pero, como escuché una y otra vez de los psicólogos con los que hablé, pocos estaban preparados —emocional o logísticamente— para una violencia sexual a una escala tan grande en su propio país, incluso después de la invasión rusa de febrero. "He llegado a ver esto no como una táctica que está recogida en algún documento o que se transmite como órdenes directas", dijo Nadiia Volchenska, una psicóloga de 32 años que vive en Kiev y cofundó una red de terapeutas que tratan a víctimas de violaciones de guerra. "Pero, de todas maneras, hay una cierta lógica que ha quedado clara: si un batallón ruso se atrinchera en una ciudad o pueblo en particular durante dos semanas o más, veremos casos de violación".
Según Volchenska, muchas víctimas de violencia sexual en tiempos de guerra experimentan traumas superpuestos, y su propia agresión a menudo no se presenta como la peor crisis, o la más urgente. Casi todos sus pacientes han perdido sus hogares. Muchos han visto a familiares asesinados. Hay niños que alimentar y escuelas y médicos que encontrar en el exilio. "Cuando hay tanta tragedia alrededor, la gente comienza a sentir vergüenza", dijo Volchenska. "Que no lo han pasado tan mal como otros. O ellas tienen la culpa". En un caso, una paciente de Volchenska fue violada repetidamente por un oficial ruso, que acudió a su apartamento durante aproximadamente tres semanas. También trajo alimentos y medicinas, en un momento en que ambos escaseaban en la ciudad. Después de que las fuerzas rusas se retiraron, los vecinos de la mujer la trataron con resentimiento. "Le dijeron: 'No lo pasaste tan mal'", según Volchenska.
En una zona de guerra, los propios psicólogos se enfrentan a dificultades y desgracias. Subbota es de Irpin; se fue antes de que entraran las fuerzas rusas, pero su apartamento fue destruido. Volchenska huyó de Ucrania en los días posteriores a la invasión y pasó varias semanas yendo de alojamiento temporal a alojamiento temporal en Alemania antes de regresar a Kiev en abril.
Ha habido ocasiones en las que le ha costado controlar sus propios sentimientos durante una sesión de terapia. Una mujer de aproximadamente la edad de Volchenska se había ofrecido como paramédica y conductora de ambulancia cerca del frente, donde fue capturada por una unidad de soldados rusos. Su agresión fue tan brutal que la dejó físicamente desfigurada. Durante mucho tiempo, ella y Volchenska solo hablaron por teléfono. "No quiere mostrar su cara", me dijo. En un momento dado, por desesperación y agotamiento, la mujer dijo que deseaba no haberse involucrado nunca en el activismo durante una guerra. Volchenska no pudo ocultar su propia ira y frustración. "Me enfadé, dijo Volchenska. "¿Por qué tenía que ser tan idealista? Que le den a su ambulancia. Si se hubiera ido, pongamos, a la República Checa, nunca habría tenido que enfrentarse a este dolor".
Esa conversación hizo que su relación se afianzara. "Ella me vio como alguien genuino", dijo Volchenska. "Así que le dije que sabía por qué su decisión de ayudar era tan importante para ella y que la respetaba, aunque me doliera." Actualmente, me dijo Volchenska, la mujer ha regresado al frente, una vez más como médica de combate voluntaria.
A principios de abril, Natalia Stetsenko, que vive con su esposo y su hija de nueve años en Vyshhorod, un pueblo en las afueras de Kiev, vio llegar un autobús desde Irpin. De él salió una fila de mujeres, niños y babushky, una procesión de conmoción y trauma sin procesar. Stetsenko estudió para ser psicóloga y trabajadora social, con énfasis en adolescentes (para su proyecto de fin de carrera, estudió a grupos de niños que vivían en las calles de Kiev), pero había pasado la década anterior trabajando como gerente corporativa. En ese momento, de entre el grupo que bajaba del autobús, se fijó en una adolescente. "Tenía una mirada tranquila, casi indiferente en su rostro", recordó Stetsenko, "y estos ojos adultos que se fijaban en todos". Stetsenko se acercó a la madre de la niña y la alejó de la multitud. "Quiero hacerte una pregunta incómoda", dijo. "¿Tu hija ha sufrido violencia sexual?" La madre respondió con una mirada de miedo silenciado y respondió: "¿Cómo te has dado cuenta?".
Como contaron a Stetsenko, la niña, de catorce años, estaba en casa con su madre y su tía cuando irrumpieron tres soldados rusos armados. La llevaron a otra habitación y les dijeron a las otras dos mujeres que se sentaran en silencio si querían sobrevivir. La niña le dijo a Stetsenko que, durante la violación, los soldados le habían dicho: "No estamos haciendo esto para castigarte a ti, sino a tu nación de fascistas". Fueron explícitos acerca de su intención: querían hacerle daño hasta el punto de que nunca quisiera tener hijos. Cuando terminaron, los soldados juntaron los objetos de valor de la familia (joyas, un ordenador portátil, cubiertos) en una funda de almohada y los sacaron de la casa.
Stetsenko terminó cumpliendo el papel de terapeuta accidental, basándose en su formación anterior. Con la familia instalada en Vyshhorod, Stetsenko se dedicó a encontrar pretextos para visitar a la niña, llevándole camisetas o una caja de pasteles. Debido a un impulso protector, la madre de la muchacha había decidido mantener en privado la historia de la terrible experiencia de su hija y no buscar ayuda externa. "Mi relación más complicada fue con la madre", dijo Stetsenko. "Estaba segura de que en cualquier momento me diría que me largara, que ya se las arreglarían ellas solas."
Stetsenko invitó a la niña a dar paseos por la ciudad, sin mencionar nunca directamente el tema de su agresión. Un día le preguntó: "¿Cómo te imaginas que vas a vivir con esto?" La niña le respondió: "Lo superaré. El tiempo lo cura todo." También dijo que se sentía culpable. "Estaba segura de que hizo algo incorrecto", dijo Stetsenko, "que tuvo la culpa de que repararan en ella, como si de alguna manera los hubiera guiado a su casa aquel día". El hecho de que la muchacha estuviera dispuesta a hablar hizo que Stetsenko sintiera que tenía una oportunidad. Concertó una cita para que viera a un médico y encontró, tanto para ella como a su madre, psicólogos profesionales.
Dos semanas después, Stetsenko recibió una llamada de una amiga de Kiev, quien le dijo que otra muchacha, de quince años, también había llegado desde Irpin. Los soldados rusos habían entrado por la fuerza en la casa de su familia y vivieron allí durante cinco días. Durante ese tiempo, la ataron a una cama y la violaron repetidamente. Después de que la joven y su familia fueran evacuados, se dio cuenta de que estaba embarazada. Cuando Stetsenko tuvo sus primeras conversaciones con ella, hablaron menos sobre su trauma que sobre lo que le había sucedido a su novio de Irpin: había desaparecido durante la ocupación de la ciudad y nadie tenía noticias o idea de dónde estaba, o incluso si estaba vivo.
Stetsenko trató de apoyar a la niña durante un período tenso: los médicos le aconsejaron que esperara algunas semanas para interrumpir el embarazo, para darle tiempo a recuperarse del trauma físico. Mientras tanto, la muchacha le dijo a Stetsenko: "Entiendo que hay una persona viva dentro de mí, y no es su culpa ni la mía que haya terminado allí". La madre de la niña le confió a Stetsenko que a menudo encontraba a su hija mirando por la ventana en silencio durante horas.
"En una gran multitud, fui capaz de identificar un problema determinado y no simplemente dejarlo pasar", me dijo Stestenko. "Sin embargo, en tiempos de paz, no puedo decir que estaría dispuesta a pasar por esto otra vez". Algunos días, va a casa, se sirve una copa grande de vino y llora. Se ve a si misma paranoica y controladora con su propia hija. "La quiero en mi campo de visión, tocarla, abrazarla, no separarme de ella", dijo. "Es como si me hubiera dado cuenta de una verdad terrible sobre el mundo, que no hay ningún lugar seguro en ninguna parte, y me encuentro diciéndole eso a mi hija: algo horrible puede suceder en cualquier momento". Pero, agregó, "mientras haya guerra en Ucrania, siempre estaré lista".