Mientras las personas que se manifiestan celebran, las que han venido a ver la prueba refunfuñan. Pero es el precio a pagar: como para los aficionados a Eurovisión o quienes han renunciado a estar en festivales este verano. Tampoco es un precio tan alto para decir al mundo que aquí no se transige con la publicidad que legitima a los cómplices.
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