Es una figura clave en la profesionalización del paisajismo en nuestro país y de la entrada de la disciplina en las escuelas de arquitectura, donde ha impartido clases y seminarios durante 30 años pese a ser autodidacta. La enseñanza es de hecho su gran vocación, que ha llevado hasta las últimas consecuencias con dos de sus hijas, Ana y Mónica Luengo Añón, que han seguido sus pasos. También ha desempeñado un papel clave en foros internacionales, respaldando el reconocimiento patrimonial de una figura como la de paisajes culturales por la Unesco
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