La separación social entre aquellos que nunca van a poder comprar una vivienda y los que tienen más de una, más de dos o más de diez y reciben rentas pasivas por ellas que provienen directamente de los salarios de los inquilinos se está convirtiendo en una brecha demasiado grande como para que la cohesión del tejido social siga siendo sostenible. La distinción entre inquilinos y rentistas es una especie de feudalismo del siglo XXI y el combate por el acceso a la vivienda es la lucha de clases de nuestra época.
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