Ancianos que, en inviernos de frío y sin nada que echarse a la boca, mueren solos en cuevas, chabolas y agujeros. Presos desesperados que, en un monasterio de Galicia, dibujan grafitis de banquetes o animales como muestra de su obsesión por una comida que nunca les llega. O aquellos otros que comen perros, gatos, ratas, cerdos infectados, algas o hierbas del monte para sobrevivir.
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