Hace 4 años | Por Juanfo a illaglobal.com
Publicado hace 4 años por Juanfo a illaglobal.com

Hay una clase social que no veía bien una subida del SMI, y ahora tampoco el control del horario laboral

Comentarios

SOBANDO

#20 Vuelve a eldiario, tu safe space de referencia.

SOBANDO

#18 No te creas que no sabía desde el primer momento que esto "Nunca había oído eso. ¿Tienes más datos? " no era una pregunta, ya somos adultos verdad. Así que nos ahorramos la falsa discusión.

tremebundo

#19 Yo también lo imaginaba. Yo también prefiero ahorrar el tiempo si esas serían las fuentes con las que apoyarías tus afirmaciones.
Un placer (adulto).

D

pues en la empresa de mi hermano estan que trinan los empleados, ahora les cuentan los cafés, los cigarros y las comidadas de 1 hora a rajatabla etc etc y claro antes era de 9 a 18 con cafe y desayuno incluido, total, que ahora los cafes son de 5 minutos cuando antes eran de 25, los cigarros son turbocigarros y todo dios come en una hora exacta, es empresa del sector servicios e IT. Supongo que en este tema hay muchos que ganan por unos pocos privilegiados que pierden, como es el caso de estos.

D

#2 Hombre, descontar los quince minutos de descanso de media mañana de las ocho horas de trabajo me parece un abuso. Pero descontar la hora de la comida me parece más que lógico.

tremebundo

#3 Yo no conozco ninguna empresa que tenga una hora para comer dentro del horario laboral. Es decir, que se reste a las 8 laborables.

D

#7 se refiere, creo, a esas comidas en muchas empresas que se "alargan".

D

#2 cafés de 25 minutos, a saber cuanto cada cigarro, pasandose del tiempo para comer... Y sorprende que lo controlen?
Llevo años deseando que lo hagan en mi empresa, para que los 4 que hacen eso mismo y, a saber por qué nunca les dicen nada, salgan en la foto de una vez.
Una cosa es estarte media hora de más comiendo muy de vez en cuando, y otra hacerlo a diario. Lo mismo que no es lo mismo "comerte" 15-20 minutos al dia entre cafes y cigarros, y otra gastar ese tiempo en cada ocasión posible.

frg

#4 Con la necesidad de "descanso visual", y la cantidad de mierda inútil que genero, que haga descansos de 5, 10, 15, incluso 40 minutos es indiferente, la práctica totalidad del resto del tiempo estoy o calentando la silla, o realizando tareas que debieran estar optimizadas y eliminadas hace años. Lo increíble es que cuanto más tiempo paso sentado, menos productivo soy, y aún y todo soy mucho más productivo que la media que me rodea.

D

#9 No es lo mismo parar 5 minutos cada hora, que una hora cada 5 minutos...

D

#9 esto es como lo de conducir: todos creemos conducir mejor que nadie. Y todos nos creemos que nuestro trabajo vale más que el que nadie y que si no nos controlan somos superproductivos.

frg

#13 No lo creo. Conduzco mal, pero te aseguro que en mi trabajo soy demasiado productivo.

A ver si te crees que escribirte no computa como "productividad". lol

baronrampante

#4 Si hablamos de oficina, conozco gente que "abusa" de los descansos y resulta que son muy productivos, así como a gente que no se levanta en 8 horas y no consiguen gran cosa. El cuerpo y la cabeza necesitan liberarse del stress para funcionar.

D

#15 Y no estoy diciendo que tengamos que estar todos sentados delante del ordenador 8 horas seguidas. Tenemos derecho a pequeños descansos, pero sin abusar de ellos. Si en una oficina se abusa, no solo no me sorprende, sino que me parece hasta bien que se controle.

Priorat

#2 Pues yo como en 15min en el comedor de la oficina y me encanta. Si casos particulares hay en todos sitios.

Te pagan 8h de trabajo de media. No más. Pero tampoco menos.

D

#2 pues que se jodan.

No se con qué caradura uno puede exigir que se contabilice su jornada para poder irse a las 18h pero en medio se cree con derecho a meterse 45 minutos de desayuno.

Entiendo que los empresarios deben cambiar de mentalidad, pero los empleados también. Al curro se va a currar. Y los contratos están para cumplirlos (por ambas partes).

garfius1

Tan pijipi como interessante.

SOBANDO

Coño, el joven Karl Marx, si incluyen la parte en la que deja morir a sus hijos en la miseria por no trabajar sería un drama de 10.

tremebundo

#6 Nunca había oído eso. ¿Tienes más datos?

SOBANDO

#8 El Marx del que nadie habla
El padre del socialismo, el hombre que dedicó su vida a liberar a la clase trabajadora de sus cadenas, el abnegado filósofo y economista, autor del ensayo que más ha influido en la historia de la humanidad, nunca tuvo un empleo. Nunca.
Fernando Díaz Villanueva
2010-04-28

Karl Marx, rebautizado Carlos en España por no se sabe bien qué razones, se pasó la vida pidiendo dinero prestado para no devolverlo jamás. Fue el arquetipo elevado al cubo de lo que él denunciaba: un vago, un caradura, un ser irascible, egoísta y desalmado que vivió, literalmente, a costa de los que le rodearon durante sus 64 años de vida.

Tras el célebre retrato que John Mayall le hizo en Londres allá por 1875, algo se atisba: muestra un hombre con barba muy poblada pero anárquica, medio negra medio cana, que sube por los lados de la cara, tapando las orejas, hasta llegar al pelo, con el que se funde en un amasijo greñoso y descuidado. Aunque lleva una levita limpia bajo la que esconde la mano, el retratado no parece un sabio, sino un mendigo al que algún alma caritativa, por alguna razón difícil de explicar, ha decidido inmortalizar.

Y no, la suya no fue una pose contestataria precursora del perroflautismo contemporáneo: eso de ir hecho un guarro para hacer méritos revolucionarios no se puso de moda hasta 1968; Marx era tal cual: tenía auténtica fobia al aseo personal. Tanta, que terminaron por salirle purulentos forúnculos por todo el cuerpo: en la cara, en la espalda, en el trasero y hasta en el pene. Se quejaba amargamente de ello en sus cartas, y esperaba –escribió por las mismas fechas en que andaba componiendo la primera parte de El Capital... con el trasero hecho cisco– que la burguesía, mientras existiera, tuviera "motivos" para recordar sus forúnculos.

Su escaso apego por el aseo se juntaba con su desmesurada afición a la bebida, el tabaco y la vida nocturna. Pasaba las noches en vela discutiendo con unos y con otros para luego, ya de amanecida, recostarse sobre un sofá y dormitar todo el día. Luego, si estaba de buenas se metía en la biblioteca, donde consultaba libros y periódicos para ir apuntalando las tesis... que ya traía fabricadas de casa. Con un estilo de vida semejante, lo último que podía hacer era ganarse el pan honradamente.

La pregunta que asalta al curioso es cómo él, un simple filósofo alemán exiliado en Londres sin más patrimonio que su pluma y con una familia que mantener, pudo vivir así tantos años. Simple: pidiendo prestado y procurando, a la vez, no atender los vencimientos de pago. Gracias al inmenso archivo epistolar que se conserva, y que ha sido estudiado en infinidad de ocasiones, se calcula que Marx disfrutó de una renta media de unas 200 libras anuales, es decir, tres o cuatro veces lo que ganaban los obreros ingleses, a la sazón los mejor pagados del mundo. Traducido a las circunstancias de nuestro tiempo y lugar, estaríamos hablando de 80 ó 90.000 euros brutos al año. Y todo por no hacer casi nada. Jamás hubo de enfrentarse al mercado y satisfacer las necesidades de otros mediante el trabajo, que es lo que exige el sistema capitalista. ¿Explotación? Nada: esa es una vaina que aireó Marx tras birlar la idea a Jean-Pierre Proudhon y a Johann Rodbertus. Este último le acusó de plagio, y Engels hubo de acudir en socorro de su amo. Con éxito: de Marx se sabe mucho y del infeliz de Rodbertus, nada.

Su primera fuente de ingresos fue su propia familia, que vivía holgadamente en la ciudad alemana de Tréveris. El padre, Herschel, un competente abogado judío, se había convertido al protestantismo para prosperar en la vida e integrarse en la sociedad prusiana. La madre, Henrietta Pressburg, era holandesa, hija de un rabino y buena paridora de 8 vástagos, a los que no les faltó de nada. Por esa razón el joven Karl pudo estudiar en la universidad y convertirse luego en el perfecto ejemplar de revolucionario de salón. Nunca visitó una fábrica, un taller, ni siquiera una imprenta. En una ocasión su amigo Engels, magnate del textil con intereses mercantiles en Inglaterra, le invitó a visitar un telar de algodón, pero él, hecho a las comodidades de la ciudad y a pasar la tarde en la taberna, declinó la invitación. Parece mentira, pero es así: el emancipador del proletariado muy pocas veces vio a un proletario con sus propios ojos.

Durante años, hasta bien entrado en la edad adulta, vivió de sus padres. Recibía un estipendio periódico, que reclamaba ofuscado por carta si no le llegaba a tiempo. Al morir su padre, en 1838, tomó su parte de la herencia –la respetable cantidad de 6.000 francos de oro– y se la gastó íntegra. Lo mismo haría al fallecer Henrietta, aunque ahí tuvo que conformarse con menos, ya que había ido pidiendo anticipos a la parentela holandesa.

Finiquitada la ubre paterna, y ya de romería política por Europa, se especializó en desvalijar a los amigos y a los militantes con que iba topando por los clubes de exiliados alemanes, de donde procuraba no salir sino lo imprescindible, no fuese a ser que tuviera que aprender un nuevo idioma o integrarse en un país distinto al suyo. Por lo general, lo que pedía no lo devolvía. Buscaba las excusas más insospechadas para escaquearse; algunas de ellas ciertas, como el argumento de la numerosa prole que trajo al mundo junto a su esposa, Jenny von Westphalen.

Económicamente hablando, Jenny tampoco era manca. Hija de un barón prusiano –de ahí el von del apellido–, recibió una generosa dote al casarse y, luego, continuos préstamos de su familia. Pero los Westphalen se iban muriendo, y la fuente, consecuentemente, secándose...

Cuando en casa no había ni para comer ni forma de recurrir a los prestamistas de confianza, los Marx recurrían al mercado crediticio ordinario, es decir, al usurero de la esquina, que siempre han existido porque siempre ha habido manirrotos como el autor de El Capital. Pero incluso los auténticos profesionales del riesgo evitaban al matrimonio en los peores momentos de éste. En 1850, el casero les puso en la calle con cuatro niños y todos los muebles, que tuvieron que empeñar para liquidar las cuentas de la carnicería y la panadería. Entonces se acogieron a la beneficencia. Su pequeño hijo Guido murió aquel invierno de frío siendo un bebé.

A pesar de los contratiempos, Marx no tenía intención de cambiar. "Lleva una vida de intelectual bohemio –se lee en un informe redactado por aquellos días por la policía prusiana, que le seguía los pasos–. Pocas veces se lava, se acicala o se cambia de ropa, y a menudo está borracho. No tiene una hora estipulada para irse a la cama o levantarse por la mañana. A menudo se pasa la noche en vela y al mediodía se tumba en el sofá con la ropa puesta, donde duerme hasta la tarde. Cuando entras en la habitación de Marx, el humo y las emanaciones del tabaco hacen llorar los ojos... Todo está sucio y cubierto de polvo, y sentarse se convierte en una tarea peligrosa". Una joya de hombre.

A Marx le salvó su amistad con el ricacho Engels, al que sangró a modo. Durante cuarenta años, el multimillonario del textil estuvo dando dinero a Marx, al principio como apoyo para que se dedicase a escribir libros y luego, a partir de 1869, ya de modo formal: le hizo beneficiario de una asignación vitalicia.

Teniendo en cuenta que, por aquellas mismas fechas, Engels se había retirado del negocio, asegurándose antes una buena pensión de jubilación, su amigo Marx se convirtió en el rentista de un rentista. Las dos mentes más preclaras del socialismo, los padres de El Capital, fueron unos rematados rentistas, figura que sólo fue posible en el siglo XIX gracias a la extraordinaria prosperidad que había forjado el capitalismo. Una paradoja y una verdad ligeramente incómoda... que no todos están dispuestos a reconocer.

tremebundo

#17 Tío! Me has mandado un panfleto!
Y del que lo ha escrito dice, entre otras cosas, la Wikipedia:

“Colabora o ha colaborado con La Ilustración Liberal, Liberalismo.org, el Semanario Alba, Libertad Digital, la revista Xtra y Vozpópuli y la revista Milenio[1]. Fue también jefe de opinión de Libertad Digital, subdirector de contenidos de Libertad Digital TV y redactor de la Agencia Atlas, perteneciente a Mediaset España. Fue, asimismo, director del diario económico Negocios.com y director adjunto del diario La Gaceta.
En televisión ha sido durante varios años colaborador regular de varios espacios de Intereconomía TV como "Dando Caña" o "El Gato al agua".

¡Jefe de opinión de Libertad Digital! ¡Colaborador regular de “El gato al agua”!
¿Tú has leído o visto esos medios? ¿Te fías de alguna cosa que digan ahí?
Si me vas a venir con el respeto y esas cosas, vuelve a ver algún programa de esa gente y seguimos hablando.