os años en los que el Gobierno tenía enfrente a la cúpula eclesiástica, en los que los obispos salían a las calles y dirigían diatribas contra el presidente, en los que cargaban con dureza contra la dirección política de la nación, pasaron. Quedaron enterrados. Pedro Sánchez se encontró una Iglesia muy distinta, un Papa muy distinto. Un Vaticano con el que quería y supo entenderse, con el que su Ejecutivo se sentía plenamente alineado.
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