El futuro de la humanidad se juega en nuestras almas. En cada ciudadano individual se debate y define este dilema entre eros y tánatos, entre la guerra como fatalidad inevitable, o la paz como condición para evolucionar, entre la oxitocina solidaria y cooperativa y la testosterona patriarcal e imperativa. Y no es una elección fácil, pues el camino de la guerra nunca lo ha sido, y el camino de la paz siempre ha tenido un coste importante para quienes quisieron asumirlo.  
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