Los políticos de Nueva York saben que si se comportan de forma deshonesta hay una probabilidad nada trivial que una agencia federal completamente fuera de su control los cace y los meta en la cárcel, pero un número abrumador parece seguir cometiendo delitos como si eso no fuera con ellos. ¿Qué está sucediendo? En primer lugar, el miedo a ser detenidos y castigados no parece estar afectando a los legisladores de Nueva York. A pesar que en los últimos años están cayendo como moscas, en Albany parecen no darse por aludidos.
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Totalmente de acuerdo con la conclusión: "Queremos que los legisladores tomen decisiones sobre principios generales y diseñen políticas públicas, pero no queremos que sean ellos quien decidan casos específicos o implementen programas de gasto. Lo último que podemos dejar en manos de un político es algo que pueda vender. Si le colocamos en un lugar donde pueda pedir y devolver favores directamente, tarde o temprano alguien acabará corrompiéndose, por muy alto que sea el riesgo de acabar en la cárcel."
Y lo peor es que esto no es algo nuevo