No hay diferencia entre el obispo español que hace setenta años proponía meter en la cárcel a las mujeres y hombres que bailasen agarrados, y el imán radical que, desde su mezquita, exige las penas sociales o físicas correspondientes para quien transgreda la ley musulmana. En busca de beneplácito social, la mayor parte de los ciudadanos transigen, se pliegan, aceptan someterse a actitudes y ritos en los que no creen, pero que permiten sobrevivir en un entorno que de otro modo sería hostil.
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