En buena medida, si soy monárquico es por los Reyes Magos. Y mira qué no siempre me trataron bien. Hasta en cierta ocasión me echaron carbón, eso sí, “carbón dulce”, una especie de pedrusco de azúcar que durante muchos años presidió la estantería de mi habitación ¿como metáfora de los sabores agridulces de la existencia? La verdad que era útil como pisapapeles y, ahora que lo pienso, clave en mi inclinación hacia el pensamiento filosófico.
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