Marina descubrió la frase en el margen de un libro de filosofía que alguien había olvidado en el café: "Esta frase es falsa". La subrayó tres veces con su bolígrafo azul, como si más tinta pudiera resolver la paradoja. Cerró el libro y lo dejó donde lo había encontrado, pero la frase se fue con ella.
Esa noche no pudo dormir. La frase giraba en su cabeza como un disco rayado. Si era falsa, entonces era verdadera. Si era verdadera, entonces era falsa. A las tres de la madrugada, agotada, se levantó a preparar té. Mientras el agua hervía, escribió en su cuaderno: "Soy una mentirosa". Era la versión corta, más personal. Si ella era mentirosa, entonces esa declaración era mentira, entonces no era mentirosa, entonces...
El silbido de la tetera la salvó de la espiral.
Durante semanas, Marina funcionó con el piloto automático. Trabajaba en la biblioteca universitaria, catalogando libros que otros leerían, ordenando conocimiento que otros absorberían. Pero cada vez que encontraba una nota al margen, un subrayado, una anotación, pensaba en aquella primera frase. Los márgenes de los libros empezaron a parecerle peligrosos, como grietas por donde podía colarse el vértigo.
El terapeuta le había enseñado técnicas de meditación, pero Marina siempre terminaba en el mismo lugar: observando sus propios pensamientos, luego observándose observar, luego observándose observar que observaba. "La consciencia consciente de su consciencia", había leído una vez en Hofstadter. Eso era exactamente.
Un viernes, frustrada, le dijo al doctor:
-Es como si mi mente fuera el pensamiento que se piensa pensando. No puedo parar.
-Es solo ansiedad- respondió él, ajustándose las gafas. Los pensamientos recursivos son comunes. Intente la técnica militar: repítase "no pienses, no pienses, no pienses" hasta quedarse dormida.
Marina casi se rio. "No pienses, no pienses, no pienses". Pensar en no pensar seguía siendo pensar. Era otra trampa, otro bucle disfrazado de solución.
Los días se volvieron borrosos. Marina empezó a llevar un diario donde documentaba sus espirales. Una entrada decía simplemente: "Esta oración continúa: esta oración continúa..." seguida de páginas de puntos suspensivos que había dibujado compulsivamente durante una reunión de trabajo.
Su amiga Clara la visitó un sábado lluvioso.
-Estás pálida- le dijo, sirviéndole más café. ¿Cuándo fue la última vez que dormiste bien?
-Duermo- mintió Marina. Es solo que... ¿alguna vez has pensado en pensar? ¿En el acto mismo?
Clara la miró preocupada.
-Marina, cariño, estás dándole demasiadas vueltas a todo.
-"Estoy diciendo que estoy diciendo"- murmuró Marina, más para sí misma que para Clara. Incluso ahora, al decirte que pienso demasiado, estoy pensando en que pienso demasiado.
Clara tomó su mano.
-Necesitas salir de tu cabeza. Vamos a caminar.
La playa estaba desierta. El viento de otoño levantaba pequeños remolinos de arena. Marina observaba las olas, tratando de vaciar su mente, pero entonces llegó el pensamiento: "La ola que trae olas". Cada ola era consecuencia de la anterior y causa de la siguiente. Un sistema perfecto de recursión natural.
-El mar no piensa- dijo Clara, como si pudiera leer su mente. -Solo es.
Marina asintió, pero en su interior sabía que incluso el mar repetía su mensaje eternamente, sin poder detenerse. "El mar dice sin decir, dice sin decir", pensó, y esta vez no luchó contra el pensamiento. Lo dejó estar ahí, flotando.
Esa noche, sola en su apartamento, Marina abrió su cuaderno en una página en blanco. Escribió: "Yo que me digo diciéndome". Era Cortázar, recordó. Él también había estado aquí, en este lugar extraño donde el yo se desdobla y se observa.
Pero entonces algo cambió. En lugar de angustiarla, la frase la hizo sonreír. Había algo casi cómico en todo aquello. Como un perro persiguiendo su cola, sabiendo que es su cola, pero persiguiéndola igual.
Tomó el bolígrafo de nuevo y escribió: "Te prometo que te prometo". Una promesa de promesa. Un compromiso con el compromiso mismo. Se rió en voz alta, sola en su cocina a medianoche.
Esa noche no intentó dormir. En lugar de eso, se sentó en su escritorio y escribió una carta a sí misma:
"Querida Marina que leerá esto: cuando leas esto, serás otra Marina, una Marina futura que recuerda a la Marina que ahora escribe. Y esa Marina recordará a otra Marina que escribió sobre si misma. Somos un eco del eco, una reverberación de nosotras mismas a través del tiempo."
El lunes volvió al trabajo. Su supervisor le preguntó si se sentía mejor.
-Sí- dijo Marina. He decidido que soy como el mar.
-¿El mar?
-Repito y repito, pero cada repetición es ligeramente diferente. Como las olas. Nunca la misma, siempre la misma.
Su supervisor la miró extrañado, pero Marina no intentó explicarse mejor. Algunas cosas, pensó, son la mirada que se mira mirando. Solo tienen sentido cuando las experimentas.
Esa tarde, en el mismo café donde todo había empezado, Marina encontró el libro de filosofía otra vez. Alguien había añadido una nota bajo "Esta frase es falsa". Decía: "La paradoja no es un problema a resolver, sino un estado a habitar".
Marina sonrió y añadió su propia nota: "Repite esto: repite esto".
Dejó el libro para el siguiente lector, para el siguiente bucle, para la siguiente persona que necesitara descubrir que algunos círculos no son cárceles sino caminos. Como el latido del corazón. Como la respiración. Como el mar que nunca se cansa de ser mar.
Torrezzno
Tito_Keith