Aunque hoy pueda parecer una idea excéntrica, a comienzos del siglo XX muchos ejércitos europeos consideraban la bicicleta una herramienta moderna, silenciosa y económica, ideal para sustituir parcialmente a los caballos y vehículos motorizados, todavía escasos y poco fiables. Cuando estalló la guerra en 1914, potencias como Gran Bretaña, Alemania, Francia e Italia ya contaban con unidades ciclistas formadas y entrenadas.