
En un reino encantado donde los hombres nunca pueden llegar, o quizás donde los hombres transitan eternamente sin darse cuenta en un reino mágico, donde las cosas no tangibles, se vuelven concretas…
Había una vez un estanque maravilloso. Era una laguna de agua cristalina y pura donde nadaban peces de todos los colores existentes y donde todas las tonalidades del verde se reflejaban permanentemente.
Hasta ese estanque mágico y transparente se acercaron a bañars, haciéndose mutua compañía, la tristeza y la furia.
Las dos se quitaron sus vestimentas y desnudas, entraron al estanque.
La furia, apurada, como siempre está la furia, urgida, sin saber por qué, se bañó rápidamente y, más rápidamente aún, salió del agua. Pero la furia es ciega, o por lo menos no distingue claramente la realidad, así que, desnuda y apurada, se puso, al salir, la primera ropa que encontró.
Y sucedió que esa ropa no era la suya, sino la de la tristeza, y así, vestida de tristeza, la furia se fue.
Muy calma y muy serena, dispuesta como siempre a quedarse en el lugar donde está, la tristeza terminó su baño y sin ningún apuro, o mejor dicho, sin conciencia del paso del tiempo, con pereza y lentamente, salió del estanque.
En la orilla se encontró con que su ropa ya no estaba.
Como todos sabemos, si hay algo que a la tristeza no le gusta es quedar al desnudo, así que se puso la única ropa que había junto al estanque, la ropa de la furia.
Cuentan que, desde entonces, muchas veces uno se encuentra con la furia, ciega, cruel, terrible y enfadada, pero si nos damos el tiempo de mirar bien, encontramos que esta furia que vemos es sólo un disfraz, y que detrás del disfraz de la furia, en realidad, está escondida la tristeza.
Cuento zen
"Una mentira puede dar la vuelta al mundo mientras la verdad aún se está poniendo los zapatos".
Atribuida a Charles Spurgeon, 1834 - 1892
“La derecha tiene razón cuando se identifica a sí misma con la tranquilidad y el orden: es el orden, en efecto, de la cotidiana humillación de las mayorías, pero orden al fin, la tranquilidad de que la injusticia siga siendo injusta y el hambre, hambrienta.”
Eduardo Galeano, Las venas abiertas de américa latina (1971)
La astucia es el oscuro santuario de la incapacidad.
(Felipe Stanhope de Chesterfield)
“Todos somos iguales, dijo un banquero a otro”.
Atribuida a Pablo Castellano Cardalliaguet
Necesito verte, pero no te veo.
Necesito escucharte, pero no te escucho.
Necesito tocarte, pero no te toco.
Necesito pensarte...¡y es lo único que hago!
"Es muy fácil echar la culpa a los políticos y a la ambición, de todos los conflictos que ha habido a lo largo de la historia -dijo-, y naturalmente, han tenido parte del protagonismo, pero la religión ha sido siempre el fuego que ha mantenido encendida la hoguera de la intolerancia y el odio, y que nos ha impedido avanzar y lograr cosas mejores, pero, sobre todo, nos ha impedido aceptar en qué nos hemos convertido realmente, aprovechar todo lo que la ciencia nos ha enseñado y todavía nos enseña, y obligarnos a ser responsables de nuestros actos."
Raymond Khoury, "La orden del temple" (2005)
«Un hombre quiere colgar un cuadro. El clavo ya lo tiene, pero le falta un martillo. El vecino tiene uno. Así, pues, nuestro hombre decide pedir al vecino que le preste el martillo. Pero le asalta una duda: ¿Qué? ¿Y si no quiere prestármelo? Ahora recuerdo que ayer me saludó algo distraído. Quizá tenía prisa. Pero quizá la prisa no era más que un pretexto, y el hombre abriga algo contra mí. ¿Qué puede ser? Yo no le he hecho nada. Si alguien me pidiese prestada alguna herramienta, yo se la dejaría enseguida. ¿Cómo puede uno negarse a hacer un favor tan sencillo a otro? Tipos como este le amargan a uno la vida. Y luego todavía se imagina que dependo de él. Sólo porque tiene un martillo. Esto ya es el colmo.
Así nuestro hombre sale precipitado a casa del vecino, toca el timbre, se abre la puerta y, antes de que el vecino tenga tiempo de decir: “Buenos días”, nuestro hombre le grita furioso: “¡Quédese usted con su martillo!”.»
Paul Watzlawick, "El arte de amargarse la vida" (1983)
"Un lector vive mil vidas antes de morir. Aquel que nunca lee vive solo una"
Una pareja que acababa de tener un niño decidió ponerle el nombre de Increíble, pues tenía la certeza de que a lo largo de su vida iba a hacer cosas realmente extraordinarias.
El caso es que el niño fue creciendo hasta convertirse en un adulto, pero al contrario de lo que habían pensado sus padres, su vida no se había caracterizado por hacer nada fuera de lo común.
Cuando acabó los estudios se casó con su novia de siempre, a los pocos años tuvieron dos hijos: un niño y una niña. Mantuvo durante toda su vida el mismo trabajo y siempre estuvo con los mismos amigos, pero el tiempo pasaba y no ocurría nada que pudiera ser calificado de increíble.
De hecho, muchos de sus compañeros y amigos, de vez en cuando, le hacían bromas en relación a su nombre, pues no coincidía con el estilo de vida que llevaba.
Pero lo peor de todo era cuando, por alguna razón, le tocaba decir su nombre y la gente le preguntaba por el significado del mismo. Él no sabía qué contestar, pues en realidad, haciendo un repaso a su vida no había conseguido nada digno de calificarlo como increíble.
Poco a poco fue pasando el tiempo y sus hijos se hicieron mayores y, a la vez, tuvieron también hijos, por lo que Increíble se convirtió en un amable abuelo.
-Abuelo, ¿y a ti por qué te llaman Increíble? -le preguntaban sus nietos muchas veces.
-Pues la verdad es que no lo sé -respondía él resignado.
Los años fueron pasando hasta que finalmente se jubiló de su trabajo de toda la vida.
Dedicó todo su tiempo libre a sus nietos, a sus hijos, a su mujer... pero se dio cuenta de que cada vez se hacía más mayor y de que, al final, no había conseguido hacer nada increíble.
Por esa razón le pidió a su esposa un favor: que el día que muriera no pusiera su nombre en la lápida, pues no quería ser objeto de burlas ni risas de nadie. Le dijo que, en lugar de eso, pusiera alguna frase, cualquier cosa que ella quisiera.
Al tiempo, Increíble, ya muy mayor, murió, y su mujer hizo lo que le había prometido: en lugar de poner su nombre en la lápida, escribió lo siguiente:
“Aquí yace un hombre que le fue fiel a su esposa durante toda su vida, que cuidó a su familia en todo momento, que nunca traicionó a ningún amigo y que trabajó duramente más de 40 años para que a sus seres queridos nunca les faltase nada”.
Y ocurrió que cuando la gente pasaba por el cementerio y leían la placa decían: ¡Increíble!
Cuento recogido en “Cuentos para entender el mundo”, Autor desconocido
Pues no se ha producido la transición desde el nacionalcatolicismo al Estado no confesional. Pero es que, además, para mí son lo mismo. Lo que pasa es que la derecha política y la jerarquía católica establecen esa diferencia, según la cual el Estado no confesional posibilita las relaciones con las religiones, mientras el laico va contra la religión. Es una construcción ideológica que no responde a la realidad. ¿Qué es el Estado aconfesional? El que establece el artículo 16.3 de la Constitución, es decir, el que no tiene religión oficial. ¿Y qué es un Estado laico? El que no tiene religión oficial. Lo demás es una guerra del lenguaje, para no usar la palabra "laico".
Juan José Tamayo
"Los mejores carecen de toda convicción, mientras que los peores están llenos de apasionada intensidad."
The best lack all conviction, while the worst are full of passionate intensity.
William Butler Yeats. Poeta Irlandés.
13 Junio 1865 - 28 Enero 1939
¿Cuál es el sentido de ser capaz de perdonar si, muy dentro de ti, tienes que admitir que no eres capaz de olvidar?
Atribuida a Jodi Picoult.
Todo necio confunde valor y precio.
Atribuida a Antonio Machado
Había una vez seis hindúes ciegos de saber que quisieron conocer qué era un elefante. Como no podían ver, quisieron averiguarlo a través del tacto.
El primero en indagar, llegó junto al elefante y se chocó con su duro lomo y dijo: “Es duro y liso como una pared”.
El segundo, tocó el colmillo, y gritó: “Ya veo, el elefante es tan agudo como una lanza”.
El tercer hombre tocó la trompa y dijo: “Ya sé, el elefante es como una serpiente”.
El cuarto tocó su rodilla y dijo: “Veo que el elefante es como un árbol”.
El quinto sabio se acercó a la oreja y dijo: “El elefante es como un abanico”.
Finalmente, el sexto tocó la cola del animal y dijo: “está claro que el elefante es como una soga”.
Así es como los sabios comenzaron a discutir y pelearse por ver quién estaba en lo cierto. Cada uno con su propia opinión, y todos tenían parte de razón, pero solo conocían un fragmento de la realidad.
Cuento atribuido a un sufí persa del siglo XIII conocido como Rumi
(Reflexionar acerca de la incapacidad de los seres humanos para comprender todos los planos de la realidad y una enseñanza acerca de la riqueza que supone tener diferentes perspectivas sobre un mismo asunto.)
Existía, en un país muy lejano, un rey que no era capaz de mantener el equilibrio entre la alegría y la tristeza. Cuando algo bueno le sucedía, no cabía en sí de gozo, lo celebraba por todo lo alto y de forma incluso desmedida; pero, en cambio, cuando algo malo ocurría, se deprimía tanto que podía pasar varios días en cama.
Harto de esta situación, prometió mil monedas de oro a aquella persona capaz de fabricar un anillo que le ayudara a tolerar mejor las malas situaciones y a no celebrar de forma tan exagerada las buenas. Un anillo para encontrar el equilibrio en sus emociones.
Durante semanas fueron pasando por palacio todo tipo de personas: famosos joyeros, magos, hechiceros, artesanos… Todos ellos le trajeron centenares de anillos distintos: fundidos en oro, en plata, con piedras preciosas, de distintas formas y colores… pero ninguno de ellos era capaz de proporcionar al rey el equilibrio que necesitaba.
Cuando habían pasado ya casi dos meses y todos se habían dado por vencidos, llegó al reino un viajero que solicitó audiencia.
—¿Qué deseáis? —le preguntaron los guardias.
—Quiero ver a su majestad, pues tengo el anillo que ha estado buscando durante todo este tiempo.
Extrañados, le comunicaron la noticia al rey y este finalmente aceptó.
Aquel viajero entró en palacio ante la mirada de todos los cortesanos. Avanzó lentamente hasta el trono, y, con una voz suave, dijo:
—Majestad, tengo aquí el anillo que necesita. A mí me ha servido desde hace años para mantener el equilibrio en todo momento. Cada vez que me encontraba muy triste o muy alegre, lo observaba durante unos minutos.
Lentamente se lo quitó para dárselo al rey.
Este, nada más cogerlo, se dio cuenta de que era un simple anillo de bronce, sin ningún valor económico aparente y sin ninguna característica especial hasta que, de pronto, se quedó mirando las tres palabras que había escritas en su superficie. Las leyó, sonrió y se lo puso.
—Gracias, viajero, este es justo el anillo que necesito.
Y dirigiéndose a todos los cortesanos exclamó:
—Este hombre ha traído el anillo que tanto tiempo he estado buscando. Un simple anillo de bronce, un anillo que tiene tres palabras escritas, las mismas tres palabras que quiero que a partir de ahora se incluyan en mi escudo real: «Esto también pasará».
Adaptación de Eloy Moreno de cuento sufí.
(Dedicado a un buen usuario y mejor persona que nos lee y nos acompaña en silencio.)
“…siguió evocando hasta el amanecer las excelencias del marido, sin reprocharle otra deslealtad que la de haberse muerto sin ella, y redimida por la certidumbre de que nunca había sido tan suyo como lo era entonces, dentro de un cajón clavado con doce clavos de tres pulgadas, y a dos metros debajo de la tierra.
—Soy feliz —dijo— porque solo ahora sé con seguridad dónde está cuando no está en la casa.”
Gabriel García Márquez, ”El amor en los tiempos del cólera” (1985)
"Necesito unos zapatos nuevos urgentemente, los que tengo me llevan siempre a los mismos sitios".
Karmelo C. Iribarren, Diario de K (2014)
Para saber quiénes son tus amigos, haz que te metan en la cárcel.
Charles BukowskiAlicia: ¿Cuánto tiempo es para siempre?
Conejo blanco: A veces solo un segundo.
Lewis Carroll - Alicia en el País de las Maravillas (1865)
"La lógica y las matemáticas no son más que las estructuras lingüísticas especializadas."
Jean Piaget.
“Hay ciertas personas que jamás se despojan de su orgullo, cuando pasan revista a sus defectos, lo hacen a caballo”.
Atribuida a Paul Masson-Oursel
Lo único bueno que tienen las fronteras son los pasos clandestinos.
"El lápiz del carpintero" (1998).
menéame