Esa maravilla conceptual que los anglosajones han bautizado como “glove juice”: el suquillo tibio —mitad sudor, mitad grasa y bacterias— que hace que al final del día te quites los guantes como el papel de las madalenas, y que nace ahí donde se encuentran la mano y el guante revenido, después de pasar ocho horas sin ver la luz ni el jabón, tocando lo mismo una napolitana, que el asa del cajón, que la carretilla del distribuidor, que un billete arrugado que ha pasado media vida en el bolsillo trasero de unos tejanos.