Tenía casa, dos negocios y un hijo, de lo que sólo mantiene los dos primeros. “Yo dejo de ser militar para casarme”, reconoce. Y no funcionó. Y, de repente, se va a la guerra de Ucrania como mercenario. “A mí me compensa estar allí, haciendo lo que sé hacer, en beneficio de un bien común: ayudar a la gente que está sufriendo por la guerra”. “El único camino que tengo para volver es siendo mercenario”, afirma, “porque en España, por límite de edad, ya no podía volver al ejército”. No es algo irracional, pero sí algo que está en el subconsciente.