La tentación del Gobierno helicóptero

Todos conocemos lo que es una madre sobreprotectora o madre helicóptero. A fuerza de proteger a sus hijos de todo riesgo, los acaban convirtiendo en adultos incapaces de valerse por sí mismos, cargados de complejos, ansiedad y miedos. Todos sabemos también que es imposible discutir con ellas, o con ellos, que también he conocido padres así (aunque los profesionales dicen que hay menos), sobre todo porque parece que aguardan a que pasa algo malo para poder echártelo en cara y culparte de ello.

El mundo es un sitio arriesgado,. Desde siempre,. Desde que había que cazar la comida o arriesgarse a ser cazado mientras se recolectaba. Desde que vas por la calle dependiendo de que el que conduce los caballos o el Opel Corsa nos e despisten un segundo y te lleven por delante. O caiga una teja. O te parta un rayo.

La respuesta a ese riesgo es dispar: algunos lo asumimos y tratamos de minimizarlo, y otros creen que hay que minimizarlo a costa de lo que sea: incluso a costa de vivir en una jaula de oro. O de mierda: porque cada cual tiene su jaula.

Ante esa disyuntiva se encuentran ahora los políticos a la hora de desescalar el confinamiento del coronavirus: hay que asumir riesgos, pero no tantos como para que la salida se catastrófica, ni tan pocos como para que el remedio sea peor que al enfermedad.

¿Cual es la tentación? Prolongar las medidas. Porque eso permite mantener al poder, tener al niño en casa y echar la culpa de lo que pase los demás, aunque se convierta en un adulto de mierda.

¿Cual es la tentación? Decir que un coche no puede circular con menos de cuatro airbags. ¿Pero por qué cuatro? Con cinco se salvarían muchas vidas. Y con seis, se salvarían aún más vidas. Pongamos siete airbags al coche, porque cada vida humana es insustituible. Ocho es más sensato y reduciría otras sesenta muertes al año. Pero es es insensible, cosa de canallas, porque con nueve , o mejor aún con diez, evitaríamos las lesiones medulares. Once es lo justo. Doce es mejor.

La carrera no termina nunca. Sólo aumentan los costes y la dificultad de acceder a ese vehículo para los más humildes. Los fabricantes de airbags se frotan las manos, los menos pudientes se ven excluidos y el que dicta las normas tiene la conciencia tranquila, o tranquilo el gusanillo del miedo, penando que nadie le podrá echar la culpa de nada.

Quien tiene un plan y cree en él, tiene medida. Quien no, sólo tiene miedo a que lo señalen.

Ahora, y no discutiendo a posteriori, vamos a ver qué clase de gestores nos han tocado en suerte. Ahora: cuando hace falta tomar una determinación y asumir un riesgo.

Veremos.