Niégate a enlazar

“Estableced el orden: el hábito se encargará de mantenerlo.” (Duque de Lévis). 

El gobierno del tiempo ya nos conoce a todos, y seguro que ustedes ya han sentido esa urgente demanda de "concreción": reuniones que premian ese lenguaje "marketiniano", ese que tanto mina nuestro ser pero que parece llenar las almas de algunos, canales “cuasi-oficiales” que limitan el discurso a 240 caracteres (hoy leo que ya se permiten 280 caracteres para anunciar guerras), charlas en nuestra hora del café donde descubrimos miradas de algunos que parecieran advertirnos, como si fueran moderadores de debates televisivos de última generación, que nuestro turno como contertulios acabó hace rato... foros que solo permiten el “eslogan”: difícil expresar correctamente una idea, imposible enlazar más de dos. La argumentación se ve así como algo que resta valor, el culto al Dios Productivo, ese tan propio de nuestros días y que se alimenta del tiempo, no lo permite : la urgencia prohíbe explicarnos, ya no existe espacio para escribir, y aquellos soportes donde descubríamos sutilezas y matices desaparecen. Solo podemos esperar a que el hábito se haga con todos nosotros: aquel que argumenta, aquel que se niegue a buscar la frase maravillosa, aquel que no quiera ganar el premio al mejor creativo publicista del último rato, será penado con la exclusión... y es que como dice ese anuncio de coches que hace tiempo se veía en los carteles "que nadie te convenza de lo contrario"...  

“No es la posesión de la verdad, sino el éxito que llega luego de la búsqueda, donde se enriquece con ella.” (Max Planck).     

“Nuestra sociedad no es una sociedad de espectáculo, sino de vigilancia”, escribía uno de esos posmodernos hoy tan apaleados. Y es que del hábito se crea el orden, y del orden nace el Estado. Y como todos los estados, este al que nos precipitamos, donde el tiempo impuesto es lo que nos gobierna, necesita de sus propias fuerzas del orden: soldados aguerridos que sin ser conscientes de la misión que cumplen merecerán medalla, pues no hay mejor soldado que aquel que no sabe que lo es. Y de entre todos estos nuevos guerreros inconscientes que sirven en esta guerra, os quiero hablar de uno en concreto, uno al que he llamado "El Enlazador"

"El enlazador", aquella alma muda del debate digital. Por un lado soldado, por otro inquisidor: nos dirigirá sin mediar discurso hacia esa web, ese texto o esa noticia que en su supuesto corrobora su opinión. Se esconde como un niño detrás de las piernas de su madre para la posible réplica, pues el que lo intente hacer no se enfrentará ya co nuestro soldado, sino que lo hará contra "lo ya perpetuo" tras el enlace, algo que no nos va a dar respuesta y con el que no podemos debatir. Dirige la búsqueda de información, que es precisamente donde el conocimiento se enriquece y donde las opiniones se forman. Y a modo de nuevos inquisidores, reclamarán a los demás enlaces, poniendo así la carga de prueba a cargo del nuevo acusado que con tanta agilidad ha creado.  

"El Enlazador", una nueva figura incapaz de encontrar los detalles y contradicciones de su propia opinión, ya que a esta no se enfrenta, olvidando que lo que uno mismo no hace verbo no lo conoce.

"Quién busca no halla, pero quién no busca es hallado." (Franz Kafka)   

 A cualquier observador perspicaz no se le escapará esa incapacidad que hoy en día ya muchos muestran en leer o escribir algo que tenga más de dos párrafos. La polarización de opiniones que se aprecia todos los días, propia de conversaciones que no dan espacio, tiempo ni oportunidad a transmitir al otro los matices necesarios para la correcta comprensión, que es el principio del entendimiento, va como una mancha de aceite devorando todas las esferas de comunicación: pareciera que desde la pantalla de nuestros ordenadores, móviles y demás maquinaria hubiera este monstruo salido hace ya tiempo, pues vemos como toma forma en todas las esferas: se excluye a aquel que intenta argumentar, a aquel que evita el lenguaje belicista como primera opción, a aquel que otorgue al otro la oportunidad de rebatir. 

Neguémonos a hacer del enlace la costumbre, tengamos valor para argumentar con nuestras propias palabras, aprendamos a desplegar nuestra propia seducción, no permitamos que otros nos obliguen a demostrarnos: que sean ellos los que lo tengan que hacer.