Es la hora de recuperar el pañuelo palestino

Aún tengo uno y acabo de encontrarlo en una excavación arqueológica de un armario.

Es la hora de recuperar el pañuelo palestino, amigos, aquellos que tengáis cierta edad y algún recuerdo de los tiempos en que se llevaban. El mío es rojo y blanco, como el de Arafat, y nunca pensé que tendría que abandonar su condición simbólica para sustituir temporalmente a las mascarillas que, por estas tierras olvidadas, no hay dios que encuentre.

No sé si la obligación de llevar mascarillas será buena o mala, pero llega en un mal momento porque va a suponer una nueva tensión, un nuevo rebrote de gente buscando pretextos para salir a la calle, al super o a la farmacia para hacerse con una mascarilla distinta a la casera. Salir a buscar algo que permita salir: un plan fisuras.

Los que no vivimos en grandes ciudades no tenemos esperanza alguna de que nos lleguen, al menos a corto plazo, y ya vamos revisando tutoriales e iniciativas para hacérnoslas en casa. Hay indicaciones sobre la tela, sobre las sujecciones y sobre su forma: algunos incluso dicen que como apaño puede ir tirando un pañuelo de papel con dos gomas grapadas. No es ortodoxo, vale, pero seguramente sirvan para lo mayor, si hay cuidado de no tocarse la cara y de lavarse bien las manos tras desecharlas.

Lo más importante, creo, es no volverse locos, salir lo mínimo y mantener la calma. La mascarilla no es un símbolo religioso: es un medio para que las gotas de saliva u otros aerosoles, ni salgan de nosotros ni entren desde fuera. No le atribuyamos un significado mágico más allá de su utilidad práctica, porque empiezo a ver que para alguna gente la cosa va por ahí. Los mismos que leían masivamente loa horóscopos, pro otro parte. Sospecho.

¿Y qué demonios? Para parar las partículas de saliva, las entrantes y las salientes, vale de sobra el viejo pañuelo de la intifada. En plazas peores ha toreado.