Nos estamos equivocando como sociedad. Hemos optado por la radicalización extrema, por el extremismo radical. La polarización irracional impera en cada vez más ámbitos de nuestro entorno. Estamos imponiendo unos peligrosos límites que transgreden los propios límites preestablecidos. Cometemos la imperdonable torpeza de educar erróneamente sobre una educación originariamente errónea. Estamos desaprovechando la oportunidad que nos ofrecen las ventajas y las posibilidades de nuestro tiempo de materializar un cambio de rumbo, una evolución en la mentalidad y una modernización de los valores colectivos, por culpa de una mala concepción y de un enfoque distorsionado por las lentes del pragmatismo y la incultura. La ocasión de regeneración se ha tornado en degeneración.
Confundimos política con populismo, autoridad con despotismo, justicia con venganza, principios con orgullo, información con sensacionalismo, debate con discusión, admiración con fanatismo, humor con vejación, amor con pertenencia, religión con fundamentalismo, feminismo con guerra de sexos, educación con adoctrinamiento, legalidad con opresión, música con terrorismo, libertad de expresión con obligación de expresar, opinión con doctrina, anonimato con inmunidad, reivindicación con ofuscamiento, o crítica con escarnio.
Y mientras nos movemos inconscientemente por los márgenes desdibujados de los nuevos límites que hemos ido creando, desgastamos el vigor y el poderío de nuestro radicalismo útil, de nuestra férrea convicción, en cuestiones que requieren de una templanza, de una moderación, y de una capacidad de reflexión de la que carece quien se guía por la emotividad y la inmediatez de la autosatisfacción y el individualismo. Y mientras por un lado, ignorantes, nos dejamos embaucar por el populismo, la demagogia, o el postureo oportunista, y nos envalentonamos para la defensa de causas banales, absurdas, o inadecuadamente concebidas, por otro, anestesiamos nuestra conciencia social y nuestro afán reivindicativo. Malgastamos nuestra fuerza y nuestra pasión en la intolerancia a lo ajeno, a lo desconocido y a lo diferente, mientras, paralela y pasivamente, desarrollamos una tolerancia hacia lo intolerable.