Una monja muy mayor y pequeñita, vivos ojos azules y con una mochila verde al hombro, ha entrado de las primeras a la basílica de San Pedro este miércoles, cuando se abrieron las puertas para entrar a dar su último saludo al papa Francisco. Esta monja, que se llama Geneviève Jeanningros, 82 años, francesa, fue incluso más allá, porque se salió de la fila al llegar al ataúd del Pontífice y del protocolo que impedía pararse ante él. A todos, menos a ella. Nadie le dijo nada. Era una amiga muy especial del Papa, pasó un buen rato de pie, llorando. Su historia resume bien quién era Jorge Mario Bergoglio. Esta religiosa de las Hermanas de Jesús vive en una caravana, a medias con otra monja, en un parque de atracciones de Ostia, cerca de Roma, y desde hace 56 años ayuda a pobres, prostitutas y transexuales que trabajan en la calle, predica entre la gente del circo. En la caravana tiene libros, un hornillo para cocinar y un colchón en el suelo para dormir. Francisco la visitó dos veces como… » ver todo el comentario
Eso no implica miedo ni odio hacia las personas trans, luego no hay transfobia.