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Como algunos trozos están cortados, me he molestado en buscar el texto completo, que es un diálogo entre dos personajes:
A propósito de Segis diré que su indómita rebeldía se iba modificando por las flexibilidades de aquella época positivista. Evolucionó con suavidad hacia el arte o ciencia del buen vivir, y acabó por entregarse a un filosofismo atrozmente cínico. Dejábase llevar por la Condesa a las beaterías del Caballero de Gracia, y de otras iglesias de moda, afectando cierta contrición y propósito de enmienda que a muchos engañaba, y a mí, que tan bien le conocía, causábame el efecto más cómico que puede imaginarse. El principal objeto de esta farsa era vigilar constantemente a su madre, para estar al quite de los ataques con que los sagaces caballeros de la faja negra amenazaban al saneado caudal de Casa Pampliega.
En las francas expansiones que conmigo tenía Segismundo, se quitaba la máscara hipócrita para revelarme con esta leal llaneza los móviles de su conducta: «Ni tú ni yo, querido Tito, podemos esperar nada del estado social y político que nos ha traído la dichosa Restauración. Los dos partidos, que se han concordado para turnar pacíficamente en el Poder, son dos manadas de hombres que no aspiran más que a pastar en el Presupuesto. Carecen de ideales, ningún fin elevado les mueve, no mejoraran en lo más mínimo las condiciones de vida de esta infeliz raza, pobrísima y analfabeta. Pasarán unos tras otros dejando todo como hoy se halla, y llevarán a España a un estado de consunción que de fijo ha de acabar en muerte. No acometerán ni el problema religioso, ni el económico, ni el educativo; no harán más que burocracia pura, caciquismo, estéril trabajo de recomendaciones, favores a los amigotes, legislar sin ninguna eficacia práctica, y adelante con los farolitos... Si nada se puede esperar de las turbas monárquicas, tampoco debemos tener fe en la grey revolucionaria. ¿Crees tú, Titillo, en la revolución?
-Yo no -contesté resueltamente-. No creo ni en los revolucionarios de nuevo cuño ni en los antediluvianos, esos que ya chiflaban en los años anteriores al 68. La España que aspira a un cambio radical y violento de la política se está quedando, a mi entender, tan anémica como la otra. Han de pasar años, lustros tal vez, quizá medio siglo largo, antes que este Régimen, atacado de tuberculosis étnica, sea sustituido por otro que traiga nueva sangre y nuevos focos de lumbre mental.
-De acuerdo, querido -dijo Segis-. Por eso yo he cambiado mi rebeldía por un epicureísmo que me asegure el regalo y el reposo del presente y el porvenir. Quiero vivir bien y sin fatigas; quiero asegurar la posesión venidera del caudal que afanó mi madre... como Dios le dio a entender; quiero construirme, en fin, un bello refugio contra la miseria. ¿Qué me importa doblegar la frente ante un curángano vestido de ropones negros o colorados, ni prestarme a prácticas de puro formulismo y exterioridad, si esto que yo llamo etiqueta litúrgica, no exenta de belleza en algunos casos, jamás penetra en mi libre espíritu? Al principio me violenté no poco para lograr acomodarme a las beaterías de mi señora madre. Pero luego fui entrando por grados, insensiblemente... Todo se reduce a una farándula más entre las múltiples que regulan la conducta social del hombre civilizado, como por ejemplo, la buena educación, el respeto a las personas que ostentan alguna dignidad aunque sean unos gaznápiros, el someterse a las modas del comer, del beber, del vestir y del calzar, y otras tonterías que hacemos de continuo, sin parar mientes en nuestra imbecilidad».
No iba descaminado el amigo García Fajardo en su apreciación de las cosas de España; pero las ideas que expresó para justificar su proceder, me parecieron más ingeniosas que razonables.
Galdós (o su personaje) parece tomárselo más bien como cinismo y acomodamiento que como una reflexión seria.
Capítulo y obra completa: http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/canovas--0/html/ff41299e-82b1-11df-acc7-002185ce6064_4.html