El fenómeno de la inmigración es lo suficientemente importante para la sociedad como para reflexionar sobre ella en serio y dejar de discutir sobre tópicos, aseveraciones sin contenido o comentarios sobre chascarrillos más o menos oligofrénicos.
La inmigración llamémosle “económica”, es decir, la de los inmigrantes que buscan en otros países mejores condiciones de vida incorporándose al mercado laboral del país receptor, solo debería permitirse si ambos, la sociedad receptora y los inmigrantes, se benefician. Y este no es el caso de España. Ni lo ha sido.
En España se ha dejado entrar y establecerse, de forma masiva y en un periodo muy corto de tiempo a un número ingente de inmigrantes, de modo y manera que actualmente España alcanza o incluso supera las cifras de inmigración de países como Francia, Alemania o Gran Bretaña, países de larga tradición inmigratoria, y dato importante, países que han alcanzado esas cifras a lo largo de muchas décadas, no como aquí, que se ha llegado en menos de diez años. Recordemos que en el periodo 2005-2008 España era el segundo país del mundo en recepción de inmigración, solo superado por el todopoderoso EEUU ¿De verás alguien se plantea como lógico y sensato que España, veinte veces menor que EEUU y sobre todo, con un potencial económico de chichinado comparado con ellos o con Canadá, Gran Bretaña, Alemania, Francia o Australia, estuviera recibiendo el doble, el triple, o en algunos casos diez veces más de inmigración que cualquiera de estas potencias económicas? No hombre no, la inmigración que ha recibido España ha estado totalmente descontrolada en número y sobre todo, la baja calidad de los trabajos creados y ofrecidos ha deteriorado el mercado laboral de tal modo que España ha retrocedido en competitividad, en desarrollo de tejido industrial, en desarrollo tecnológico e innovación, etc. Una auténtica hecatombe que en medio de una crisis financiera mundial España va a pagar más caro que nadie. Como dice Niño Becerra, esto no ha hecho más que empezar.
Para el que quiera seguir leyendo, sigo.
Que la inmigración que ha recibido España ha sido perjudicial para la economía española (y por lo tanto para el españolito de a pie, no lo olvidemos) incluso en los tiempos de crecimiento y expansión es fácil de demostrar. Como muchos repiten, los inmigrantes vinieron a hacer trabajos “malos”, que los españoles no querían hacer porque sus condiciones eran penosas y porque se pagaba poco. Es decir, el grueso de la inmigración accede a trabajos cuyo salario está por debajo de la media del que reciben los españoles. ¿Consecuencias? Que el país se ha llenado de “pobres”, de gente que gana menos de la media, y que por tanto contribuye menos de la media al sostenimiento del Estado mediante los impuestos que paga, que son, como es lógico en un sistema progresivo, acordes a su sueldo. Y eso sin contar el trabajo o los pagos “en negro”, claro, que entonces la cosa se dispara.
Por supuesto que la inmigración ha generado ganancias para las arcas del Estado con impuestos y a la caja de la Seguridad Social, (de ahí las tan publicitadas contribuciones de la inmigración a la economía española) pero lo hace en menor medida que los españoles y por tanto “empobrece” al país, porque proporcionalmente hay menos para repartir entre la población. Lo que se puede invertir en educación, en sanidad, en servicios sociales etc. por persona, ha disminuido drásticamente. Y para más inri, los que más sufren esa menor inversión per cápita son los españoles más desfavorecidos, que como es lógico, son los que más necesitan y recurren a los servicios sociales, becas y ayudas económicas que proporciona el Estado. Por supuesto que los inmigrantes reciben una gran parte de las prestaciones sociales de este país, pero no porque sean inmigrantes, como dicen muchos, sino porque son pobres. Precisamente eso es lo que ningún país receptor de inmigrantes deja que ocurra, controlando férreamente el tipo y las condiciones de trabajo de la inmigración. Si no se hace así simplemente se está dejando que en el mundo desarrollado se asienten bolsas de pobreza y condiciones de trabajo del Tercer Mundo que arrastra a una parte sustancial de la población autóctona por el sumidero. Esta es la indecencia, la injusticia y la auténtica aberración que se ha dejado que ocurriese en este país. Del trabajo del inmigrante solo se han beneficiado los empresarios que han tenido mano de obra barata, y los costes de la inmigración la han pagado los españoles más desfavorecidos, que tienen que competir con el inmigrante para recibir prestaciones sociales. O sea, una vergüenza.
Una vergüenza a la que no es ajena esa corriente de pensamiento de inspiración monjil que considera a la inmigración como un acto casi de caridad hacia los pobres del mundo y que quien la discuta en cualquiera de sus aspectos es directamente mala persona.
PS: todo lo dicho anteriormente se refiere a las consecuencias de una inmigración como la española en épocas de desarrollo económico. En periodos como los actuales, con un paro monstruoso, con más de cinco millones de inmigrantes de los que solo cotizan a la seguridad social algo más de un millón ochocientos mil (y bajando), con un porcentaje de paro 7 puntos superior al de los españoles y compitiendo con ellos por las prestaciones sociales y el trabajo, la pregunta es cuando se resquebrajará la sociedad y se impondrá la ley de la selva.
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