"España es el segundo país después de Camboya con más fosas comunes" es, en su literalidad, una hipérbole que requiere matices cuantitativos. Sin embargo, como metáfora histórica y política, es profundamente elocuente y reveladora.
No nos habla de un número, sino de una patología histórica: la de un país que transitó de una dictadura a una democracia sin haber hecho frente a su pasado traumático. España no es el segundo país con más víctimas en fosas, pero sí es probablemente el país democrático y desarrollado con el problema de desapariciones forzadas sin resolver más grave del mundo.
La frase condensa la tragedia de decenas de miles de familias que, aún hoy, no saben dónde están enterrados sus seres queridos, y la paradoja de una nación que, habiendo logrado notables avances en muchas áreas, sigue teniendo un paisaje salpicado de tumbas clandestinas que claman por justicia. Es un recordatorio crudo de que, hasta que no se afronte este legado con decisión, la sombra de la Guerra Civil y el franquismo seguirá proyectándose sobre el presente.
No nos habla de un número, sino de una patología histórica: la de un país que transitó de una dictadura a una democracia sin haber hecho frente a su pasado traumático. España no es el segundo país con más víctimas en fosas, pero sí es probablemente el país democrático y desarrollado con el problema de desapariciones forzadas sin resolver más grave del mundo.
La frase condensa la tragedia de decenas de miles de familias que, aún hoy, no saben dónde están enterrados sus seres queridos, y la paradoja de una nación que, habiendo logrado notables avances en muchas áreas, sigue teniendo un paisaje salpicado de tumbas clandestinas que claman por justicia. Es un recordatorio crudo de que, hasta que no se afronte este legado con decisión, la sombra de la Guerra Civil y el franquismo seguirá proyectándose sobre el presente.