—Bueno, señores… un placer —dijo el hombre en voz alta, mientras se ponía en pie.
Su voz era firme y cálida. Caminó por el pasillo estrecho con calma, como quien pasea por un jardín.
Se acercó a una niña que lloraba y le acarició el cabello suavemente.
—Todo saldrá bien —dijo, mientras le guiñaba un ojo.
El padre de la niña dejó escapar una risa temblorosa. La madre le miró con desesperación y algo de alivio.
A un anciano que rezaba con la cara hundida entre sus manos, le puso una mano en el hombro, le miró fijamente y asintió. El anciano le devolvió la mirada y asintió también con una leve sonrisa.
Siguió avanzando, estrechaba la mano uno a uno con firmeza y cariño, siempre con una sonrisa reluciente.
Finalmente regresó a su asiento. Sacó una foto arrugada de dos niños y la besó suavemente.
Cerró los ojos, respiró profundamente...
Y el avión cayó.