Empezó como concurso, con patrocinador planetario. Correctamente gestionado. Pronto tomó vida propia. Dio vía libre a la diarrea verbal de cualquier incontinente, limitada a 150 palabras.
Los administradores, desnudos como el emperador del cuento, parecían negarse a ver lo que era evidente para todos, concentrándose en mirar hacia abajo y obviando que su hijo había tomado vida propia.
El tiempo pasó. La realidad pilló y adelantó a la idea. El patrocinio y el concurso desaparecieron, pero la criatura sobrevivió.