A la cama: El cruzado de los Tesla y las contradicciones a prueba de balas

En el vasto universo de la incoherencia moral, emerge su figura, un autoproclamado "defensor de la civilización occidental" cuya brújula ética parece calibrarse con imanes de doble filo. Mientras el mundo arde (literal y metafóricamente), él ha decidido alzar su voz con la vehemencia de quien cree tener monopolio sobre la razón. Condena con furia mesiánica la quema de coches Tesla, pero defiende con igual pasión las operaciones militares israelíes que dejan víctimas infantiles. ¿Consistencia? Parece confundirla con un adorno opcional.  

"¡Es un crimen contra el progreso!", clama desde su púlpito virtual, refiriéndose a los vehículos eléctricos incendiados en protestas ambientales. Según él, quemar un Tesla es como "asesinar al futuro en nombre de un presente mal entendido". Sus lágrimas digitales por las baterías de litio carbonizadas contrastan con su sequedad ante otro tipo de cifras: las de niños palestinos muertos bajo bombardeos. "¿Qué quieren que haga Israel?", pregunta retóricamente, "¿regalar flores a quienes los amenazan?". Para él, la vida humana parece medirse en kilovatios: un Tesla vale más que un niño, porque uno es "inversión" y el otro, "daño colateral estadístico".  

No contento con su doble rasero, despliega argumentos dignos de un manual de how to gaslight a society. "Israel tiene derecho a defenderse", repite, como si la defensa propia requiriese obligatoriamente escuelas destruidas y ambulancias bombardeadas. Pero cuidado: si un manifestante raya un Tesla, ahí sí aplica el peso de la ley internacional. "¡Eso es vandalismo contra la innovación!", sentencia, ignorando que la innovación, por definición, debería servir a la humanidad... no al revés.  

Él, cuyo nombre evoca la orden infantil "¡a la cama!" (como si la madurez de sus ideas requiriese una siesta obligatoria), insiste en que sus críticos padecen "miopía geopolítica". Pero quizás la verdadera ceguera sea la suya: la de quien ve "terrorismo" en un coche quemado, pero "estrategia" en un hospital destruido. Su retórica, mezcla de paternalismo y cinismo, merece una canción de cuna.

Si la hipocresía fuese combustible, él tendría energía para alimentar todos los Tesla del planeta. Mientras exige "proporcionalidad" para los vehículos eléctricos, pero justifica la desproporción bélica, uno no puede evitar pensar que lo suyo es un trastorno de atención selectiva: ve enemigos donde no los hay y aliados donde debería ver espejos.  

Hasta que no entienda que la vida humana no es una partida de ajedrez geopolítico (y que los niños no son peones), quizás lo mejor sea seguir su propio nombre al pie de la letra: A la cama. A lo mejor, tras un buen descanso, despierta del sueño dogmático que confunde hierro con carne y discursos con dignidad.  

Nota: Este texto es una sátira ficticia. Cualquier parecido con la realidad es, lamentablemente, coincidencia o síntoma de un mundo que necesita más autocrítica y menos dobles estándares.