“Hola, vengo por lo del anuncio”, dice alguien en el mostrador de recepción de la Warner (no el parque de atracciones, claro, sino la sede de la discográfica en Madrid, en la antigua Estación del Norte). Giramos la cabeza y divisamos la inconfundible e interminable silueta de Loquillo, con traje negro, gafas oscuras, media sonrisa y ese tupé que tantos de su quinta envidiarán y que le suman los pocos centímetros que le faltan para llegar a los dos metros de altura.