Antes de que el cine se llenara de efectos especiales, pantalla verde y CGI los realizadores y directores tenían que apañárselas con lo que tuvieran a su alcance, y en la década de los 50, una película demostró que sólo basta un truco de cámara para aumentar la tensión en una atrapante historia que ocurre por completo en una sola habitación, con doce señores sentados alrededor de una mesa decidiendo si un crío es culpable o no.