Si la semana pasada analizamos el papel jugado por los Aliados respecto a los campos de concentración, hoy centramos nuestra atención en la actitud de la Unión Soviética. Stalin no movió ni un dedo cuando su entonces aliado alemán deportó y asesinó a decenas de miles de comunistas alemanes, austriacos y españoles. Esa fue solo la primera de las traiciones del «camarada». Tras la guerra repudió a los supervivientes y propició la expulsión del PCE de los deportados republicanos que lograron esquivar la muerte entre las alambradas de los campos.
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