La alocada solución británica consistía en patrullar de noche con lanchas dotadas de su armamento habitual y grandes martillos de hierro. Una vez que los vigías de las lanchas avistaban un periscopio, se acercaban sigilosamente y le golpeaban con sus martillos hasta inutilizarlo, produciendo el cegamiento y desorientación de su capitán, obligando a la nave en muchos casos a salir a la superficie. El método era sorprendentemente eficaz: se estima que alrededor de 16 submarinos fueron martilleados durante estos primeros meses de la guerra.
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