La pasta en el extranjero; los servicios, en España

Y me dice un empresario que conozco que la idea es llevarse la pasta al extranjero y pagar los impuestos en el extranjero, pero disfrutar los servicios de España.

Le llame jeta.

Me dijo que lo considerase una autocaravana, o una furgoneta camperizada.

Os lo cuento por echarnos unas risas. Pero lo cierto es que tampoco tuve mucho que decirle. El que se viene a mi pueblo con una autocaravana, viene a hacer más o menos eso: paga los impuestos en Madrid, en Bilbao o en Hamburgo, compra en el Mercadona de Ponferrada, deja la basura en mi pueblo, vacía aguas residuales en mi pueblo, se baña en el río de mi pueblo, arma bulla por la noche en mi pueblo y no nos deja absolutamente nada. Y si encima le cobras por aparcar o le limitas la zona de aparcamiento, se cabrea, por aquello de la libre circulación.

Nos quejamos del tío que pone un Airbnb porque se supone que lo tendría que alquilar a un familia (cosa que no va a hacer ni de broma mientras la ley proteja al inquilino que no paga), pero nos parece muy bien que haya por ahí gente pagando en un sitio y haciendo gasto en otro. Si lo hace un empresario es un cabrón, pero si lo hace un pelanas, lo damos por bueno, o eso parece.

A lo mejor, aunque sólo fuese por higiene mental, habría que plantearse el funcionamiento de estos modelos extractivos en los que los urbanitas explotan los recursos del medio rural, mientras pagan en las ciudades. Si te vas a la ciudad de copas, y a hacer la compra, no aparques tu autocaravana en mi pueblo. Ya hemos visto que nadie pone un duro para defender el campo, así que va siendo hora de que os mandemos a tomar por el culo. Sólo un poquito. Sólo la estilo urbano, ese que consiste en entorpecer pero no prohibir.

Por ejemplo, propongo que a partir del las 21:00 no se pueda aparcar a menos de 500 metros de las playas, ni se pueda pernoctar fuera de los campings o zonas preparadas para la evacuación de aguas residuales.

En realidad, es una broma. O media. Se trata de mostrar la contradicción de los que piden que se sufraguen los gastos con tasas o impuesto mientras que, para determinadas actividades, o para determinados sufridores, se da por bueno que se pague en un sitio y se disfruten los recursos de otro.

En el campo estamos acostumbrados a domingueros, a excursionistas, a visitantes que no dejan nada, ni quieren saber nada, ni aportan nada, ni se interesan siquiera por la gente que vive en esos sitios, y que esperan, a cambio, que las rutas estén señalizadas, que se cuiden los caminos y se arreglen los baches.

Cada día estoy más convencido de que les vendría bien una tasa. Por aquello de la concienciación, que le llaman ahora. Por la visibilización. Por la solidaridad. Por la justicia poética de no dejar entrar nuestros coches viejos en el centro de sus ciudades. Por su puta nariz alzada ante el olor de cada boñiga.