Hubo un tiempo en que la literatura no solo servía para entretener. Hubo un tiempo donde los señores, los comerciantes y los eclesiásticos —las élites, en suma— se guardaban de tener un bagaje humanístico. Y esto no era por mera pretenciosidad: esos conocimientos eran herramientas que les permitían imponerse a sus contendientes, ya fuese en el mercado o en las intrigas palaciegas.
Durante siglos, la literatura ha sido, por un lado, el enemigo del poder y, por otro, la herramienta de los poderosos. El mismo Platón pretendía erradicarla en su República por el peligro que esta detentaba.
La literatura lograba escapar de cualquier tipo de censura por ser ficción, por un lado, y por esconder la crítica a la autoridad de forma muy eficaz. En el Quijote, Cervantes se burla de manera abierta de la autoridad real y eclesiástica: el cura y el barbero quemando los libros de caballería, o Don Quijote apaleando monjes bajo el pretexto de una fingida locura.
Entonces llegó la Ilustración y el protestantismo; la tradición grecolatina de la literatura formativa quedó reducida a mera estética, a “sentimientos”. El neoliberalismo anglosajón acabó imponiéndose en todo el planeta y el concepto de literatura quedó relegado a simple entretenimiento mercantil.
La experiencia, un grado
Al igual que un niño no entiende el peligro de las alturas hasta que se cae, lo mismo pasa con la literatura. No es lo mismo leer un libro de ética en “educación para la ciudadanía” que interpretar y entender un poema de Quevedo.
En ambos vas a llegar a una conclusión similar, pero el proceso de descifrado de la obra literaria permite al estudiante desarrollar unas herramientas interpretativas invaluables; requiere de una formación considerable: vasto vocabulario, historia, humanismo, captar la ironía y el sarcasmo, etc. En ese proceso, el aprendiz asimila el conocimiento de forma más profunda que con cualquier otro tipo de conocimiento imperativo. La idea permea mejor.
Si, simplificadamente, representásemos la literatura en tres ejes —uno vertical con el valor formativo, otro horizontal con el valor estético y otro eje que fuese el tiempo — podemos ver claramente la ubicación de la literatura en ambos ejes —formativo y estético— ha descendido de manera sostenida a medida que avanzaba el tiempo:

La inmensa mayoria de las obras actuales se encuentra en los ejes negativos. Ni estetica ni formacion. Meramente pasatiempos no mejores que ver una serie de Netflix.
Obras como el Quijote son impensables en un mundo regido por el mercado. Nadie compraría un libro tan complejo y que requiere de tanto esfuerzo por interpretar. Ya en el siglo pasado ese tipo de literatura brillaba por su ausencia; obras como La familia de Pascual Duarte o Cien años de soledad eran reductos numantinos frente a una literatura de consumo. Incluso las obras que solo se centraban en la estética, como podrían ser las de Borges o Cortázar, han ido perdiendo espacio para dejar paso a escritores aficionados que se autopublican en Amazon, cuando no generan sus obras con LLMs y los algoritmos, que no entienden de humanidad, rigen el mercado.
Creo que esto explica bastante bien la falta de ideas en todos los campos sociales. Vivimos en una época donde la educación se ha mercantilizado y la formación humanística auténtica brilla por su ausencia.
¿Qué podemos esperar de una humanidad sin humanidades? ¿Que podemos esperar de una sociedad a la cual no le enseñar a pensar sino a obedecer?