No somos felices. Lo peor es que tampoco nos dejamos serlo. Muchos expertos en desarrollo personal coinciden en lo mismo: las pantallas se han convertido en un bucle mundano de repetición del que parece imposible escapar por mucho que lo intentemos. Una espiral en la que nos vemos sumidos durante gran parte de horas en el día y que ha provocado que dejemos a un lado el dedicarnos a lo que realmente nos gusta e importa.
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