El sistema capitalista no sólo reprime desde fuera, sino corrompe desde dentro: canaliza quejas por medio de partidos e instituciones que aparentan progresismo, mientras neutralizan el potencial revolucionario de la clase obrera. El caso de España evidencia cómo una derecha moderada o un Gobierno «de izquierdas» puede servir igualmente al capital: criminalizando la huelga, consolidando reformas empresariales pactadas y legitimando la hegemonía neoliberal europea.
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