Antes de las elecciones presidenciales, muchos demócratas estaban desconcertados por la aparente desconexión entre la “realidad económica” reflejada en las estadísticas y las percepciones del público sobre la economía en la práctica. Lo que rara vez se plantearon fue si la desconexión podía deberse a otra cosa, por ejemplo, si las estadísticas gubernamentales eran erróneas en su esencia. ¿Y si las cifras que respaldaban la idea de una prosperidad generalizada eran en sí mismas tergiversaciones?
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