La cosa, vista con perspectiva, no era para tanto, pero qué excitación producía tener trece años, esperar frente al televisor hasta las dos de la madrugada y buscar Antena 3 con el mismo gozo infractor del que buscaba los gemidos cifrados; cómo se hinchaba el pecho al franquear ileso la calificación por edades (+18), púber indómito y clandestino, con el volumen al mínimo y tus padres dormidos al final del pasillo. La libertad, señores, eran dos marionetas tirándose pedos. Y cantar «eres un cabrón, hijo puta».