Hacer un crucero por puro placer era inaudita antes de finales del siglo XIX. Con la llegada de los barcos de vapor y el aumento de los viajes intercontinentales, las compañías navieras compitieron entre si. Alberto Ballin, director de la Hamburg-America Line, decidió dar uso a sus barcos ociosos. En enero de 1891 envió a 241 pasajeros a bordo del Augusta Victoria en un recorrido por destinos mediterráneos como Alejandría, Beirut y Constantinopla. No fue el primero, pero se le considera el precursor.
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