Mucho antes de que su intenso aroma llenara restaurantes y bodegas, este queso tuvo un origen modesto en los monasterios cistercienses de la Borgoña del siglo XVI. Eran los monjes los que elaboraban esta especialidad con métodos tradicionales, transmitiendo el secreto de su maduración a las granjas locales. Su popularidad creció tanto que, ya en el siglo XIX, el célebre gastrónomo Jean Anthelme Brillat-Savarin lo elogió sin reservas, dándole un título que lo marcaría para siempre: el rey de los quesos.
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