Cuando decidí vivir sin inteligencia artificial durante 48 horas, supuse que afectaría algunas partes de mi rutina. Sabía que no podría ver documentales recomendados por Netflix ni leer correos electrónicos de mercadotecnia escritos por bots, por ejemplo. Con eso podía lidiar. Lo que no esperaba era que mi intento de evitar toda interacción con la IA y el aprendizaje automático afectaría casi todos los aspectos de mi vida: lo que comía, lo que vestía, cómo me desplazaba. Emprendí este experimento con el objetivo de comprobar de primera mano..