Según lo expuesto en el capítulo anterior Teoría del todo: una cuestión ontológica" class="content-link" style="color: rgb(191, 65, 45)" data-toggle="popover" data-popover-type="link" data-popover-url="/tooltip/link/teoria-todo-cuestion-ontologica">Teoría del todo: una cuestión ontológica se desprenden nociones que podrían arrojar algo de luz sobre el problema de la llamada bariogénesis.
Muy resumidamente, cuando Dirac predice el positrón (anti electrón), se demuestra posible la existencia de toda la gama de elementos con signo opuesto: positrones orbitando un núcleo con carga negativa.
Es lo que hoy se conoce como antimateria y es cara de cojones. Santaolalla lo explicaba en un video, se ha producido muy poca cantidad y es difícil de conservar: dada su carga eléctrica opuesta, en vez de repelerse colapsa con la materia ordinaria que constituye prácticamente todo lo que conocemos.
Lo interesante es la demostración de que es viable y la pregunta que plantea: ¿por qué materia y no antimateria? ¿Por qué esa carga y no la inversa? Por qué ese sentido de giro y no el opuesto, cuando, a priori, tenían las mismas probabilidades.
Ése es el problema de la bariogénesis, que hace referencia a ese principio de los bariones, según el modelo estándar los componentes de la materia que nos conforma.
Para justificar esta realidad necesitamos encontrar el punto donde una supuesta simetría de partida hallaría su ruptura
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Una reflexión interesante, que tiene que ver con las limitaciones de la matemática y la estadística para describir la realidad es que, si lanzas una moneda al aire una sola vez y suponiendo que tenga teóricamente un 50% de posibilidades de caer por cada cara, una de las dos posibilidades se deberá ver obligatoriamente privilegiada. El motivo es tan sencillo como que uno no es divisible por dos. Porque el uno no es divisible.
Pero dejemos a un lado la filosofía barata, las condiciones de partida, sin ninguna referencia que lo apoye o lo contradiga, se asumen neutras y por lo tanto simétricas. Sin ningún “viento del éter”. Aunque de ese experimento podríamos hablar en profundidad otro día.
El caso es que según lo expuesto en el artículo anterior, donde se plantea una asimetría en el bipolo magnético, por infinitesimal que ésta sea, podría determinar una prevalencia: la repulsión es menor que la atracción. De no se así estaría todo disgregado en lugar de apelmazado, que es como están las cosas.
Todas en íntimo contacto y continuidad, donde el final de una cosa es el principio de otra. Por lo menos,, mientras haya “cosa”.
Esto es evidente jugando una partida de tetris, pero siempre se puede complicar el juego.
¿Qué tal si tenemos que jugar con algunas piezas transparentes?
Porque vemos a través del agua, aunque vemos como deforma la luz. Con el aire ni eso, aunque también produce espejismos. El espacio no es que nos resulte transparente a la vista, es que nos resulta transparente al intelecto, ni siquiera hemos sido aún capaces apenas de concebirlo como medio.
Es una analogía tan crucial que no me canso de repetirla. Planteaba también el artículo anterior que, interpretando las alteraciones del campo magnético como un flujo (del propio espacio) parece bastante razonable que ese flujo experimente una resistencia en el tránsito a través de los cuerpos que lo conducen.
Que en realidad son todos, en virtud de la tesis de la distribución estocástica y cancelación del magnetismo atómico. Son aquellos que por su estructura geométrica proveen de mejores “autopistas” para ese flujo los que entendemos como magnéticos. Un imán, por ejemplo.
Pero tenemos también materiales ferromagnéticos, que se ven atraídos por los magnéticos, el nombre viene del hierro, y diamagnéticos, que repelen a los imanes como por ejemplo el cobre.
¿Cómo explicamos esto desde el punto de vista de un diagrama de flujo?
Sabemos que una de las características del cobre es que es un buen conductor eléctrico. Y hemos dicho que el magnetismo lo repele.Y sabemos que la orientación del campo eléctrico difiere en 90º respecto al campo magnético. Lo demás es geometría aplicada.
El hierro tiene capacidad de ser atraído, empujado. Pero no atrae. El cobre a la inversa, no es atraído en absoluto. Pero empuja.
Si entendemos el imán como el bipolo “equilibrado”, encontramos que el hierro está ansioso por dejar entrar al flujo de espacio pero es más reacio a dejarlo salir. El resultado es que se ve “empujado”, arrastrado, porque la energía de entrada es mayor que la de salida.
Que sea el hierro el último elemento de la vida estelar tampoco es casual.
Visto en una transición occidental de izquierda a derecha su arquitectura se podría resumir en: >
Por más que su equivalente tridimensional sea órdenes de magnitud más complejo.
El cobre, por el contrario, no deja entrar el flujo de espacio con facilidad pero si presenta predisposición a expulsarlo. De ahí que presente el efecto de repulsión. Su representación sería la inversa: <
Se diría que los materiales ferromagnéticos y diamagnéticos son lo más parecido a monopolos que la naturaleza puede ofrecer. La noción de flujo implica que lo que entra, ha de salir, por ley de conservación de la energía, pero el diablo está en los detalles.
Porque si la mitad de lo que entra, rebota en la arquitectura del cuerpo por el que viaja, y solo pasa la mitad no tenemos un monopolo pero sí tenemos un bipolo “descompensado”.
Y se diría que todos los materiales presentan algún grado de descompensación a razón de su estructura dado que el imán perfecto se antoja más bien un objeto teórico, análogo al superconductor ideal.
Bien interpretado no parece complicado, el cobre y el hierro presentan la mitad de los efectos de una imán cuyo símbolo sería obviamente =
Lo cual no es ningún símbolo de física avanzada si no un diagrama simplificado de las características del "tubo". Y es que al final, después de tanta fórmula y matemática hablamos de fontanería.
A unas escalas jodidas, con elementos con los que no interactuamos directamente, pero no por ello debemos abandonar los principios heredados de la experiencia, todo lo contrario, deberían servirnos de guía allí donde ya no nos conducen los sentidos.
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Y sobre la bariogénesis, teniendo presente la aniquilación entre materia y antimateria y la asimetría de flujo que presenta por definición en la práctica la entrada y la salida, no es difícil entrever de donde puede provenir. Pero al final la única verdad es que por alguna cara ha de caer la moneda. Y más si no tiene canto.
Más difícil aún de tragar desde nuestra concepción habitual es la noción de que “todo está apelmazado”, hasta para los más cuerdos (sobre todo para los más “cuerdos”) viendo las inconmensurables distancias que separan unos cuerpos de otros y concibiendo el espacio como una suerte de nada. Y más con las tesis en boga de muerte térmica del universo a merced de la entropía, ese inefable engendro estadístico, otro tema para abordar en otra ocasión. Pero lo cierto es que la realidad podría ser bastante más sencilla.
Y para cualquiera que quiera entender la gravedad y el magnetismo, más que el trabajo de fontanería recomendaría trabajar con amoladora, un rato es suficiente. Notar en las manos como esa inercia concentrada del giro del disco cambia el eje de gravedad de la máquina al detenerse mientras se mueve. Si se afirmó como principio fundamental que “el cambio es la única constante”, el cambio implica movimiento, siendo la cinética el eje común a la “diferentes” fuerzas que experimentamos. Todo se mueve, todo está en movimiento y el movimiento lo es todo.
La única razón por la que no se concibe un móvil perpetuo es por la pérdidas. Pero viendo el todo como un sistema, ¿hacia dónde podrían ir esas pérdidas? No, no se pierde nada. Pero sí puede existir un equilibrio de autocancelación. Puede que a la postre fuera razonable asumir unas condiciones de simetría antes de la bariogénesis.